domingo, 23 de octubre de 2011

1992

Tenía quince años y cursaba el último año de secundaria, tan solo quince y me encontraba cercano, casi pisando la frontera en que se acaban las libretas con números azules, y acaso algunos rojos, y empiezan las verdaderas responsabilidades en blanco y negro.
El mundo juvenil con sus sueños y esperanzas es así, pintado por varios colores…aún los casilleros vacíos de las odiadas libretas esperan ser llenados por dos de ellos, por dos destinos distintos, la redención o el castigo…el azul y el rojo.
El mundo adulto engaña a primera vista con sus blancos y negros. Y con todos sus matices difusos que terminan por hacer el final algo más brutal.
Las notas de la universidad que eran escupidas por una impresora vieja, estaban hechas de tinta oscura sobre un papel claro, aprobados y jalados con el mismo color. Y bajo aquellas puntuaciones, el costo de la mensualidad también en oscuro reemplazaba las recomendaciones que alguna vez había recibido de los tutores en el colegio, reemplazaba su buena intención y humanidad por tu propia conciencia y esfuerzo por intentar salir adelante.

Tenía quince años y vivía en la ciudad de Arequipa, Fujimori era presidente y la “U” llegaba esa semana a la ciudad; así es, corría 1992 y era el primer año del nuevo descentralizado; los regionales y el metropolitano habían tenido su último canto de sirena el año anterior y los clásicos Aurora – Melgar entre otros, eran reemplazados por dieciséis equipos de todo el país que en un sistema de dos ruedas decidirían al ganador del título nacional.
No es que la “U” no visitara nunca Arequipa, al comienzo de año, a estadio casi lleno, Universitario de Deportes había sido vencido por Melgar (4-2) en un choque amistoso.
Puedo acordarme como si fuera ayer de detalles de aquel y de cualquier partido jugado por la “U” en la Arequipa de aquellos años gracias a dos sencillas razones que he escogido, la primera es: que si no era para un amistoso, a la “U” sólo se le podía ver en Arequipa una vez al año, y la segunda: que aparte del clásico, ningún otro partido era transmitido por televisión en aquellos tiempos.

Es así que para cualquier hincha de Universitario la llegada del equipo era un acontecimiento distinto, único y memorable.
Cuando uno se enteraba por medio de los diarios locales, de la fecha exacta de la llegada a la ciudad de la “U”, sólo quedaba que nos pegaran una tarjeta de regalo porque éramos la felicidad completa.
¿Cómo satisfacíamos la curiosidad por conocer más de cerca al equipo?...con detalles simples, podíamos ir al aeropuerto a recibirlos y luego acompañarlos hasta las afueras del hotel; ser parte de su estadía y así intentar que la misma fuera más larga, hacerla tal vez eterna, aunque la eternidad nos mostraba y no dudaba en hacerlo, que ella sólo duraba un día.

En ese tiempo, las campañas de la “U” las seguíamos por radio, vivir en provincias significaba tener el oído bien aguzado para saber distinguir la frecuencia exacta, de eso dependía una buena escucha; girando con precisión el círculo que movía la aguja, porque casi nunca los números pintados en la radiocasetera correspondían con la verdadera frecuencia captada…la emisora eso sí, siempre era la misma.
Un año antes, nuestros oídos habían sido receptores de las definiciones por penales en la voz de los “muchachos” de Radio Programas del Perú.
Ahora, toda la campaña de 1992 la seguíamos mi hermano mayor y yo en radiocaseteras separadas, eran tiempos en que no nos llevábamos nada bien y teníamos poquísimas coincidencias, una de ellas era el grupo punk The Ramones y la otra era la “U”.
A los Ramones los escuchábamos en cassettes grabados de otros cassettes (es decir, los nuestros eran piratas), y a la “U”, la seguíamos partido a partido en las voces de Aguirre, Zegarra y los otros “muchachos”.
En las tardes y en las noches, la narración mágica de la radio guiaba e indicaba como sería el resto de nuestro día, ellos sin querer nos dictaban y nos soplaban secretamente con sus pausas y sus comienzos, el humor durante la semana. A Zegarra le debemos muchas broncas con amigos y familiares, que son lo mismo que deberle muchos recuerdos y por ende al final deberle también felicidad cuando aquellas riñas han sido resueltas.

Las programaciones con todas las fechas del campeonato que imprimían los diarios a inicios de año eran completadas en su semivacío por nuestra mano. Poco a poco como artesanos diligentes, como antiguos egipcios que sabían o sospechaban que su escritura era también un arte en sí, llenábamos de números, pelos y señales el sendero feliz que la “U” recorría ese 92 y que nos abstraía por un momento del otro sendero que nos arruinaba los días en las primeras páginas de los diarios.
Para llenar aquellas casillas con los resultados deseados, mi hermano y yo nos turnábamos las “misiones semanales”, ¿en qué consistían estas misiones?, en cosas simples, teníamos que entregar al final del día el resultado esperado. Una semana a un hermano le tocaba entregar al término de los 90 minutos a la “U” como ganador (ay, si no le tocaba), mientras que al otro le correspondía hacer empatar o perder (con pura fuerza mental) a los rivales directos. A la semana siguiente, los roles se invertían y así hasta el fin del campeonato. Aún puedo jurar con mis 15 años de ese entonces, haber hecho errar penales a nuestro rivales…¿fantasía o realidad?, ¿qué significan a esa edad?...en tal caso le tendrían que preguntar a aquel muchacho de 15 años, aquel muchacho que no existe más.

Quince años y aunque la ansiedad le ganaba a mi estómago, mis pies corrían a su mismo ritmo para llegar al estadio, mi entrada decía occidente y la de mi hermano oriente…aun en coincidencias, surgen pequeñas grandes diferencias.
El Mariano Melgar desde fuera lucía imponente, pero más imponente eran las casas que lo circundaban, con sus azoteas llenas de gente y en donde se cobraba un sol por el privilegio de mirar sentado el partido y 50 céntimos por la humanidad de observarlo parado. Más imponentes aún eran los árboles que acompañan las noches y los días del estadio, árboles plantados desde la época de los abuelos y que lentamente le sacaban la vuelta al perímetro del estadio, a su cemento. En esos árboles, una multitud de personas se refugiaba y aguardaba sobre las ramas, esperando observar las casi dos horas de espectáculo que vendrían.

Al entrar, mi primera reacción fue ver el lleno total del estadio (nunca lo había visto así) y la segunda, la de fijar mi mirada hacia NORTE.
NORTE, con casi cuatro años de fundada era una leyenda. Todos, amantes del fútbol y gente que no gustaba de aquel sabían lo que significaba esa tribuna y conocían también a quien le pertenecía.
NORTE en cada ciudad o pueblo del Perú había llegado por medio de reportajes gráficos o por el canto rítmico que salía de los parlantes de la radio. Mientras que radios de todo tipo captaban las frecuencias de los partidos en los pueblos alejados, los diarios se encargaban de llegar llevados en carro, animales, a pie e inclusive por el viento…la cuestión es que poco a poco, hojas de diarios traían noticias de ese fenómeno generado en la capital.
NORTE llenaba tribunas y habitaciones de muchachos como yo, que imaginaban unir alguna vez, su voz a la voz de su masa. Aquella voz que te envolvía desde el primer minuto con el rumor de la popular, con el rumor de lo que es un país, y diablos, después de un momento tú también te encontrabas cantando esas canciones que miles de voces te enseñaban a 1000 kilómetros de distancia.

El partido comenzó a la hora señalada y la verdad es que Melgar nos pasó por encima, fue un indiscutible 2-0 en contra. Tanto tiempo esperando a la “U” y nada memorable había sucedido en la cancha, tanto tiempo esperando y ahora a esperar hasta el próximo año y eso era justo lo que pensaba hacer, porque ese día se perdió en la cancha pero se ganó en la tribuna, ese día el que defendió el honor de la “U” no fue su equipo, sino su hinchada, y en esos minutos ella me enseñó lo que se le debe enseñar a alguien que ama esta camiseta…me enseñó a alentar y darlo todo.

Cada cierto tiempo, cuando deseo contar una historia increíble de fútbol que me haya marcado durante mi vida, traigo del baúl lo que sucedió ese día.
Cada cierto tiempo, cuando quiero impresionar a alguien que le guste el fútbol y tenga en cuenta como se vivía el fútbol en esa época, se la cuento…se la cuento, no importa que no sea hincha de la “U”, sólo basta que le guste el fútbol…ah y que sea mi pata.

Es que esa vez, NORTE cantó desde antes de los 90 minutos, durante los 90, en el entretiempo, en los descuentos, al final del partido, afuera en la calles y al irse en los ómnibus de regreso (esto último lo supongo). Si habría habido un reloj justo para marcar cuanto cantó NORTE aquella vez, deberían sus manecillas comenzar a marcar desde que se inició el fútbol en el mundo o aún antes, tal vez desde la prehistoria y continuar marcando hoy, mañana y en el futuro, porque esa NORTE del año 92 ha de cantar hasta que estemos bien enterrados, hasta que la muerte no signifique nada, porque ya no existirá nadie que la registre, esa barra cantará hasta el infinito, hasta donde estas palabras no puedan llegar.

Esa vez la NORTE se peleó con quien se debía pelear, aquella gente contraria y belicosa de la tribuna, aquella gente que por estar en su estadio, en su cancha creía poder ganar. Estadio correcto, tribuna equivocada…habían chocado con la NORTE y de nada les sirvió madrugar con una lluvia de corontas de choclo, de nada les sirvió pensar que ese día eran malos, que diez veces se habían subido y bajado de la cama con el pie izquierdo, esa vez la NORTE respondió el desafío con fuerza inusitada en estas canchas y les ganó.
Esa vez NORTE cantó más fuerte con el 1-0 y el 2-0 en contra, la gente que estaba a mi costado (hinchas del Melgar) no lo podían creer, para ellos eso no era sensato…

- Pero si están perdiendo, ¿por qué cantan? – decía un pata, un poco mayor que yo.

Aún sonrío cuando recuerdo sus rostros confundidos. Aún me siento decir, no decaigan muchachos, vamos, demuéstrenles a todos porque son presencias recurrentes en las transmisiones de radio…gracias a Dios ese día la NORTE lo demostró.
Lo que hoy damos por descontado, déjenme decirles gente que me lee, antes no existía. Era 1992 y el futuro del fútbol y del nuevo tipo de hincha había llegado a los sentidos más directos de los hinchas del Melgar y de los arequipeños en general. La mayoría de ellos, no lo voy a negar, se resistían a comprender, es que frente a sus ojos les estaban rompiendo uno de sus paradigmas futbolísticos, uno de sus mandamientos.
Aquel paradigma vigente hasta ese momento, en que debes estar lloroso y triste si tu equipo pierde, aquel paradigma que contaba que si eras de una barra y te estaban ganando, debías quedarte en silencio.
Era 1992 y ellos no podían entender el estar feliz por el simple hecho de ser hincha de la “U”, por el simple hecho de ser miembro del mejor club del mundo y por el simple hecho de ser parte del grupo más de puta madre que haya pisado una tribuna en esta tierra.

- Pero, si están perdiendo y ya casi termina el partido.

Ellos continuaban como máquinas repitiendo su cinta, repitiéndola hasta que termina por rayarse cuando ingresa la segundilla a occidente faltando 10 minutos. Aquella se dirigió a su izquierda (al costado de norte). Poco a poco, este grupo de cincuenta personas se fue abriendo paso a punta de empuje (y de empujones) entre la gente sentada del Melgar, aquella no pudo resistir por mucho tiempo el embate y se retiró a los costados y al ancho pasadizo de entrada.
Lo siguiente que pasó, es el instante más memorable que recuerde en un estadio...

Era 1992, la “U” perdía 2-0 y no faltaba nada para que acabe el partido; era 1992, y el que nos ganaba era un rival directo en la lucha por el título y en el estadio sólo se escuchaba la voz de NORTE; era 1992, y ahora a la voz de aquella se sumaba la voz de la segundilla en occidente que parados en la tribuna y subidos a la malla cantaban la misma canción…la segundilla era de la “U” y también era de NORTE.
Entre ambos brazos de un mismo ser se saludaban y se dirigían gestos con las manos al cielo, turnándose el mando de la siguiente canción…eran tiempos en que cualquier sector de la barra mandaba la siguiente tonada (al menos en provincia) y el resto le seguía jubiloso para unírsele, no se necesitaba estar cerca del bombo para ganarse ese derecho, NORTE por sobre todo, era democracia.
El estadio era una fiesta (al menos en esos dos sectores), el estadio era una fiesta porque diez minutos le habían bastado a esa segundilla para actuar como espectadores de lujo, para aunarse al canto de sus hermanos. Diez minutos les habían bastado para cantar felices por los 1000 kilómetros de ida en un ómnibus de mierda y por los 1000 kilómetros de vuelta en la misma bestia de metal. Diez minutos habían bastado para sacarle la lengua al destino que no les había permitido entrada para el partido y diez minutos para agradecerle al destino ser segundilla y de la “U” y no ser espectador con entrada y de otro equipo. Diez minutos bastaban para que los contrarios los vean como un imposible, como una locura; para que los vean con los mismos ojos con que yo los miraba, es decir con fascinación, porque eso es lo que era…un espectáculo fascinante…si debo escoger otra palabra sería…puro.

Nunca había estado tan feliz y satisfecho con una derrota, más bien debo decir que esa ha sido la única vez que he sido feliz con una derrota, porque al reflexionar sobre ello estoy seguro que no perdimos…¿alguien lo duda?, porque al digerir aquello, puedo decir que sentía como si la “U” estuviera en buenas manos, que con aquella hinchada podíamos vencer a cualquiera y que aquellos desconocidos eran mis hermanos, porque para mi y para millones de jóvenes de mi generación, hasta antes de la irrupción en el mundo del fútbol de la NORTE, todos aquellos que compartían el mismo hinchaje, eran sólo otros hinchas del mismo equipo, con la irrupción de esta hinchada, todo igual pasaría a ser un hermano, así se sentía en el ambiente.

El pitazo final se dio y yo me quede algunos instantes mas para observar a ese grupo de gente que se portaba como un mar en borrasca, avasallando a todos con su actitud. En las afueras del estadio aún recuerdo las peleas entre las barras cerca al antiguo grifo de cuarto centenario (los del Melgar con bronca, los de la “U” triunfantes), las lluvias de piedras y las cabezas rotas de barristas en ambos bandos, luego la dispersión y el continuar caminando hacia mi casa para seguir con mi vida. Más o menos a la altura de la salida del grifo, me encontré con un compañero que en la promoción del colegio era el otro único hincha de la “U”. Lo primero que hizo al saludarme fue decir…

- ¿Viste a la NORTE? ¡In-creíble!

Los dos seguimos hablando, nunca fuimos amigos, pero en ese momento juro que con 15 años me había enterado que tenía un hermano nuevo.


Epílogo
Finalmente, como epílogo, ese 1992 la “U” salió campeón en el LOLO (como todos ya saben), y mi hermano y yo escuchamos el campeonato por radio en las voces de los “muchachos” de Radio Programas del Perú. Claro, en radiocaseteras separadas.
Dirán ustedes que hay cosas que nunca cambian, pero tiempo más tarde y durante muchos años, fuimos ambos con el mismo grupo a NORTE, y terminamos cantando juntos y ya cercanos, la misma canción.


Y DALE “U”.


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