lunes, 26 de diciembre de 2011

Un buen romano

Cuando el capitán toma la pelota y arenga a sus compañeros, se hace responsable de sus actos devenidos y por devenir. Se hace responsable de él mismo y de todo el equipo.
Da un paso adelante para entrar a la cancha y da varios pasos al frente en su evolución. En el Monumental, Galván es mejor que cualquier guerrero. Allí en medio de amigos y enemigos, forma parte de un conjunto, cohesiona un plantel.
En el campo de Matute y en el mismo Monumental, el negro ya no es solo guerrero, es soldado. En los estadios donde se producen batallas ceremoniales y batallas verdaderas, Galván es romano. Un buen romano.
Al capitán de la “U” no le basta batirse en tierra con el contrario. También lo hace en el aire, para que Dios sea el verdadero juez de su esfuerzo y empeño. Gana la “U” gracias a actos generosos y desinteresados de sus jugadores. Gana, porque a pesar de la nariz rota y el espolón destrozado, el soldado vuelve a la grama con el primer hervor de su frente.
Un partido caliente necesita fiebre de galeras. Fiebre de hombres que sean libres, pero esclavos de su más primaria voluntad. La voluntad no solo es poderse parar, también es dar el paso hacia al frente e ir si cabe la redundancia, más al frente que el resto.

Luego del final de la liguilla, la “U” necesitaba recomponer sus filas. Hacerlas más impenetrables al enemigo. Ser como un bosque de noche. Pero no como cualquier bosque y no como cualquier noche. Para aquello debía recuperar a su capitán por completo, luego de su lesión.
“Heridas de guerra”, decía Galván, y era verdad; Universitario de Deportes estaba en guerra, porque una campaña de fútbol es eso, guerra.
La recuperación se dio en el campo verde de juego. Reyes cojos y mancos se han podido redimir en un campo de batalla y lograr el triunfo que la sociedad no les permitía en las ciudades. Así siempre ha sido en la historia. La historia que se ve y que driblea, es la misma historia chueca y torpe de los libros. Hombres que caminan el mundo tropezándose, son los mejores corredores sin darse cuenta. Eso te lo puede decir cualquiera y eso te lo podía decir Garrincha en su momento, claro, si le daba la quimba y la gana de hacerlo.
No solo bastan el esfuerzo y el corazón para mantenerte en el camino. Se necesita tener también una buena cabeza para obtener el triunfo. Un triunfo conseguido muchas veces sobre el talento. Galván que tiene experiencia de batallas puede testificar con sus heridas, que vencer a un hombre continente de cabeza y voluntad, por más hombre simple que sea, no es fácil siquiera para un Dios.

El Negro se recupera de su lesión con el único fin de enfrentar los dos clásicos. En el último de aquellos se vuelve a herir, esta vez en el rostro. No interrumpe su camino, más bien se apura en volver a aquel, en ingresar otra vez y en intentar cabecear de vuelta el balón.
Carlos Galván regresa con su defensa, no la piensa abandonar. No cuando falta tan poco. Y no cuando los soldados vuelven para vencer al contrario.
La defensa de la “U” espera en orden los ataques esporádicos del enemigo. Aquellos esfuerzos del rival que son desbaratados gracias a la voluntad de hombres reunidos para luchar por un más alto fin. El fin de los cremas consiste en nunca traicionar su historia y origen, no si el origen prueba ser bueno y es bueno y no si su historia merece ser repetida y enmarcada.
La “U” gana el campeonato gracias a soldados como Galván. El Negro es un soldado, identificado con todos sus compañeros, identificado con todos ellos y por ende mejor que cualquier guerrero. En el campo de batalla, Galván es soldado de la legión. Un ciudadano romano. Un buen romano.


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El paradero final

Hay muchas rutas de micros y combis que cruzan la ciudad. Líneas piratas y líneas que existen solo en el papel. Cooperativas que se unen por el bien común y cooperativas que cooperan con el bolsillo de unos cuantos.
La ruta “S” cruza varios distritos de la capital. Une Lima y el Callao. O confirma en todo caso lo que el tiempo ya unió y casó. Esta línea viene desde lejos y va hacia allende. Su última (o primera) parada queda a solo unos cuadras del Monumental. A diferencia de otros paraderos finales, la soledad no siempre acompaña sus días. Cada dos fines de semana el paradero espera la llegada de personas que siempre vuelven y de otra tanta gente que de harto preguntar, también llegan.
Muchedumbre de puntos lejanos entre sí, coincide aquí. Concurren al micro sin decirse nada, sin verse siquiera. A veces cuando el cobrador es hincha crema pregunta por el equipo y a veces cuando no lo es, también lo hace. La gente necesita noticias, noticias hasta de un extraño o de un enemigo. Así rompen la rutina. La rutina que aumenta su apuesta en la siguiente vuelta y que aun con gran riesgo, siempre arriesga en contra nuestra.

La combi de la ruta “S” viene casi llena. El casi es porque las leyes físicas se pueden acomodar un poco más y mejor. Se pueden acomodar para traer con ellos una copa de vuelta por ejemplo.
Pocas veces un paradero final es tan masivo en un 13 de diciembre o en cualquier fecha. Todos bajan aquí. El cobrador no pregunta más por la “U”, este también es su último paradero. Su última vuelta en la ruta y el inicio de otra de ellas en la cancha.
La hinchada empuja hacia al estadio y entra. El cobrador sonríe y dice que si no fuera por los cagones, que aflojaron a último minuto, el estadio estaría lleno. Y tiene razón. Y es que el “cobra” sabe que las leyes físicas siempre pueden acomodar más y mejor, pero el sentimiento solo tiene espacio dentro de la carne. Afuera de ella, no se puede acomodar más, ni mejor. Es imposible. O estás, o abandonas. Al final de la historia quedan las personas y se descartan los personajes. Al final y en la final también.

La ruta de Universitario de Deportes es algo más que una aparición en el campo de juego. Todo el circuito y rutas alternas. Es la oración que dura lo suficiente para ser historia y no cuento. Más de veinte apellidos guardan sus fronteras. Titulares, suplentes y jugadores en reserva salen al campo de juego y forman una línea sobre la pizarra verde del Monumental.
Alineados conjugan una oración de lectura obligatoria para el rival. Una declaración de principios. Mientras su contrincante forma con once, ellos conforman algo mayor a ese número. Y es que todos los ejércitos empiezan con algo mejor que el once. Con la alineación verdaderamente alineada para recibir los saludos. Ellos forman esa línea buscando cerrar el trato. Juegan hoy para que su mundo acabe completo al final del día. Un gesto de extrema fuerza sobre el contrario necesitado de una sola suerte.
La “U” sale al gramado con todo el equipo porque viene a tomar algo que es suyo y eso solo se puede lograr con el grupo completo, con su parte completa (hinchas incluidos). Universitario de Deportes desocupa todos los asientos de cualquier combi, microbús o en donde haya venido, y baja aquí, en este su último paradero. Nadie queda fuera. Nadie que no quiera ser campeón al menos.


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Conocerlo, es amarlo

Conocerlo, es amarlo*. Solo dos minutos y medio se requieren para convencerse de cosas como ésta en una canción. Phil Spector lo sabía muy bien.
Y conocer al Club es amarlo. Pero conocer a la “U” de verdad requiere más tiempo. Saber de sus aristas maravillosas que lo hacen tan diferente al resto requiere de más momentos que la simple duración de una canción. Sin demagogias tontas que nos pongan de cara al público.
Y conocer al Club es amarlo. El clásico lo define el equipo crema desde un inicio. Son ellos los que encarnan el mejor opuesto, el más lejano. Olvidémonos de una vez la tontería del blanco contra el negro. El rico contra el pobre. Porque no es así. Porque nunca fue así. Porque el equipo contrario, era y es un equipo de ricos, cuyas batallas futbolísticas son luchadas por otros.

Los estudiantes universitarios luchan contra los asalariados de los ricos en el campo. Y esos mismos estudiantes batallan contra la oligarquía dueña del rival en las afueras del campo de juego. “U” contra dos cosas distintas. Contra dos cosas que juran parecerse, pero no se parecen en nada.
El equipo de Universitario es en cambio la propia hechura de su gente. El club de los jugadores presidentes. Cinco de los presidentes del Club formaron las primeras escuadras de la institución. Cinco de ellos dejan todo en el campo porque luchan por algo que es suyo. Allí se inicia la garra.
Mientras que otros se enorgullecían de la habilidad como insignia, los jugadores de la “U” contaban con el amor propio de sus jugadores-presidentes que habían hecho la institución con sus mismas manos. Ellos daban todo por el equipo porque aquel representaba sus sueños plasmados. Ellos no luchan por los sueños de otros. Luchan por lo que es suyo.

Los jugadores de la “U” eran su propia institución en todos los sentidos. ¿Cómo se puede rechazar a la “U”, cuando ellos representan el espíritu más puro del amauterismo?
Y entonces esos amateurs ganan el primer clásico. Y al año siguiente conquistan su primer título nacional. ¿A quién se le ocurre no querer a la “U” cuando lees este tipo de anécdotas?
Cuando lees la historia de la “U” te topas con los sueños de sus jugadores fundadores en todas partes. No es nada difícil hacerlo, es que están allí para ser palpados. La Federación Universitaria tiene el espíritu independiente en toda su estructura. El “Hazlo Tú Mismo” que se ve muchos años después.

Cuando la “U” juega el primer clásico de definición en Matute se encuentra en calma consigo. Múltiples problemas forjan nuevos lazos que hacen el hueso que se expone al golpe más fuerte con el tiempo. Y el hueso de la “U” ha sido macerado en dificultades desde siempre.
Universitario de Deportes busca a su rival en el campo. Va hacia él y le da el primer mazazo. Lo quiebra con un gol. El contrario a pesar de su siglo de vida sigue teniendo pánico escénico. Una pena por ellos. Suponemos que si ese problema no lo has podido solucionar en tu primera centena de años, ya no lo solucionas jamás.
A los jugadores de la “U” nunca les ha supuesto nada fuera de lo común venir aquí. ¿Acaso no lo hacen todos los años?
Equilibrado el partido al final de la primera parte van al descanso y vuelven de aquel con la actitud de aguantar todo. De hacer pausa y dormir el partido hasta el final. Que se esfuercen los otros si pueden, dice Reynoso. Y no pueden. Nunca pueden.
Muy dentro de la cabeza del entrenador de la “U” se repite su conocimiento de los otros. Ha jugado con ellos y conoce de memoria de lo que adolecen. Universitario de Deportes gana el primer clásico.

Y conocer al Club es quererlo. Así alguna vez se lo dije a una amistad que pese a no gustar del fútbol quería descifrar lo que generaba está pasión.
Ir a NORTE en Matute es conocer a nuestro Club. Es tomarlo con ambas manos y abrazarlo como si fuera un eterno gol.
Y es que un clásico en Matute genera para el hincha de la “U” ese orgullo de nosotros contra el resto. El contra todo y contra todos de Cappa. La primera persona en plural contra el resto del mundo.
El que es hincha crema sabe que camino al muladar habrá guerreo, lacrimógenas, “rochabuses”, policía montada, perros policías y policías perros en contra nuestra. Y aún así avanzamos.
El que ha venido aquí varias veces, sabe que hay una fila (a veces dos) para entrar a NORTE, sabe que las puertas las abrirán tarde solo para joder, y sabe de memoria que todo lo anterior descrito se repetirá a la salida. El hincha de la “U” ama todo ello. El hincha de la “U” disfruta que le pongan parlantes en su contra cuando a los rivales les falta el aliento en su propio estadio. El hincha de la “U” se enorgullece que le quiten espacio a su tribuna porque el rival nunca pudo con su canto y aún así la Norte se da maña para cantar más fuerte y mejor que ellos siempre.
Y es que venir a Matute es también conocer al propio Club en guerra. Y conocer al Club es amarlo. Y cuando se ama algo se habla de él siempre. Y toma más de dos minutos y medio. Y se habla más fuerte. Si quieres se canta y si quieres te repites de nuevo y de nuevo…conocer al Club, es amarlo.


*Canción de los Teddy Bears.


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El vuelo

Fernández camina hacia los tres palos de Matute y piensa que un arco de fútbol no es como los demás arcos. Que al fin de cuentas ese travesaño y dos horizontales hacen un marco y no un semicírculo. Que si se diera un marco como éste debajo de una estructura respetable aquella terminaría por ceder ante su propio peso. Que tal vez ese marco debiera necesitar siempre a un hombre debajo de él, dispuesto a cuidar de él, a reparar sus grietas, a seguir guardando sus medidas en relación de tres a uno. A pintar los palos de blanco también. Todo eso piensa Fernández cuando se pone debajo del simple marco que pareciera el costado de una casa por hacer, de una casa humilde a la que le falta la banderita peruana. De una casa que dice: ¡No nos vamos!

Fernández vuela entonces, porque la casa se la quieren bajar a pelotazos y es allí en plena estirada, que alcanza un balón y una pregunta que se le escapaba. ¿Qué es más importante a la hora de defender un arco?, ¿la matemática o la física?
Esas preguntas surgen cuando tienes el tiempo suficiente de volar y aterrizar sin daño. Fernández se mantiene tantos segundos en el aire que pareciera su propio piloto esperando la confirmación de alguien desde tierra. ¡Aterriza ya!, le dicen.
Y es en Matute donde pareciera levantarse siempre para defender su pequeño pedazo de tierra. Un piloto de la RAF volando sobre la isla verde. Con radar y todo. No necesita abrir los ojos, pero los abre. Otro ataque ha quedado conjurado. El cero se mantiene en su arco, que a fuerza de sus buenas actuaciones pareciera conmoverse y arquear un poco el travesaño. Como si fuera una ceja; una ceja justo antes de llorar o de sonreír.

El arquero cambia de lado sin cambiar de equipo. Fernández se dirige donde debería estar el enemigo, pero no encuentra a nadie y entonces retorna al aire nuevamente para despejar aquel balón que ya casi era alimento. Que ya había sido masticado, pero aún no fungía como comida. El hincha contrario se cebaba mostrando las costillas otra vez. Puro hueso y nada de tomar su sitio en la mesa. Fernández no se inmutaba ante los rivales que le hacían gestos con manos y rostros. No había sonidos. Casi, casi cantaban uno y otro gol perdido.
Pero, ¿acaso un casi no es lo mismo que un vice?, ¿no son lo mismo? Vicecampeón le llaman ahora. Triste.
De lejos, un jugador contrario parecía decirle que en cualquier momento se le oscurecía el cielo y tendría que dejar de volar. Una, dos nubes y ya no volaría más. El arquero sonreía tranquilo. Es cosa común ver a los porteros sonreír cuando los turistas lo interrumpen con una que otra impertinencia temeraria. Así tratan de distraer al cuidador que resguarda el arco famoso para tomarse una foto más. Los delanteros rivales son turistas para el arquero crema. Posando una y otra vez en las portadas de los diarios, pero solo para quedarse un rato bajo el arco de Tito y no bajo el arco de Raúl. Ambos son arcos del triunfo si somos repetitivos. Y solo uno, arco de campeonato, si somos rigurosos.

El fútbol es un juego maravilloso, lleno de verdades y contradicciones. El arco que no es semicircular y que haría fracasar cualquier estructura importante, es el más conocido de todos los arcos.
El campo de juego dividido en dos partes y en dos mitades de tiempo. Un enemigo defendiendo dos ciudades distintas sin cambiar de bando. Si hay fichas negras y blancas en el ajedrez, el jugador de fútbol sería plomo y lleno de distintos tonos de plomo. Una pieza llena de contradicción. Tal como el mundo real.
El juego del fútbol es maravilloso porque permite a diez viajeros, a diez nómades depender del hombre que se queda, del sedentario y agricultor que levanta su casa junto al área de cultivo para vivir. Es así que mientras observamos pasar e irse a muchos jugadores buenos en otros puestos, también observamos al portero quedarse un poco más, intentar ser más fiel y durar mejor en el equipo que lo acoge.
Como en la vida, el público está a favor de aquel que arriesga más y termina la carrera antes; pero no vemos mucho a ese que nos guarda las espaldas e intenta quedarse hasta su primera vejez en nuestra casa, ese que ya no espera siquiera que volvamos, sino que solo volteemos a mirarlo un rato. Solo un rato.
Fernández es joven, pero podría ser tu padre. Podría serlo, porque ese puesto es de gente adulta, de gente responsable, de gente que podría ir a la cárcel todos los fines de semana por ti y que terminan yendo para allá. Ese puesto es de gente que necesita parte del reconocimiento que se llevan los demás jugadores. Los aplausos en la cancha de Matute fueron un buen comienzo para Raúl y todos los demás arqueros, y un buen reconocimiento para todos nosotros como hinchada.


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El quipu

En los años de escasez de la antigua URSS (que los fueron todos), la gente de Moscú se reunía en las veredas de la ciudad sin ningún aviso de por medio. Bastaba con que una sola persona se estacionara a la entrada del almacén para que de a pocos cientos de moscovitas la siguieran. Muchas veces las babushkas que eran mayoría en esas largas colas ignoraban por completo lo que se expendía en los almacenes. Muchas veces, aquellas se quedaban en la fila a pesar de saber que lo ofertado no les era necesario. La escasez en la antigua URSS era tan grande que aún lo innecesario se convertía en artículo de valor. De un valor inmenso si conocías las reglas del juego y jugabas en él.

La cola en separadora industrial sabía ser enorme. Tal vez inmensa. Una fila que permitía llegar a un país mejor. No por medio de subirse a un avión e irse, sino de seguir, de seguir a estos cientos y miles delante de ti. La cola en este caso era el medio de transporte hacia la felicidad. Lima por fin tenía su metro, por fin inauguraba sin coimas su tren eléctrico. Los hinchas a diferencia de las matronas rusas conocían lo que se les ofrecía en esta cola. Sabían que aquí tenían todos los productos de pan llevar en un mismo sitio; nada de caminar a la siguiente fila, nada de preguntar que se podía comprar.
En la cola de entrada sabían que al entrar al estadio se alimentarían por meses como la gigantesca boa que en conjunto ya eran. Esa hilera nunca se permitiría ser menos que una procesión caminando en fila india, siempre yendo hacia adelante, siempre lista a dar el siguiente paso.

Para la una de la tarde, la cola parecía ya una cuerda trenzada. Una cuerda con miles de nudos que cual quipu gigante intentaba plasmar un número. El número con que los Incas concebían el infinito y tal vez a Dios. El número con que se le gana siempre al rival.
La enorme cola como un quipu antiguo era imposible de ser comprendida con exactitud. La siguiente cabeza negra o canosa, o inclusive calva, representaría un momento en el número que no debía ser entendido como la primera cifra; la persona es una sola pero transmite números que podrían ser miles. Miles de cabezas trenzadas lo suficiente para unir el sentimiento al entendimiento más frío. Miles de nudos urdidos sin necesidad de debilitar y romper el resto de la cuerda. La gente avanzaba con todos sus nudos y la cuerda no cedía, ni se rompía. El estadio estaba más cerca.

Una sola cola hasta prolongación Javier Prado, y de allí en más, una división para Oriente y Norte. Así llegaban las noticias de adelante, noticias demasiado frescas y casi al instante, como conducidas por alambres de cobre.
Desde atrás arribaba el bullicio descontrolado de una hinchada fervorosa. El bullicio del cascabel de una serpiente que se escucha y al comienzo no se puede ver. Pero luego se ve. Y se ve bien. El ómnibus de la “U” llegando de atrás, de muy atrás, de cientos de metros atrás acompañado por un mar de gente sorprendida y conmovida. La preocupación de antes, disipada como los bichos que se deben matar a dos manos, la preocupación espantada mientras se aplaude y se convierte en felicidad repentina.
Hay noticias también de allá arriba, del espacio exterior. La muralla china no se puede ver desde nuestra Luna. Es un mito. Pero lo que se siente en su lugar, lo siente cualquiera que observe desde fuera el meridión y Ate para ser más precisos. No es mito ese sentimiento, es la “U” que avanza entre aguas…entre su gente.
Y esa misma noticia llega demasiado pronto al estadio. Llega como conducida por el cobre, conducida tal vez por una bendita raza de cobre, conductora de su pasión dos veces, conductora de su electricidad y de su garra. Al fin de cuentas, La “U” es la luz de su gente.

Corrección: La “U” es el fuego de su gente y el infierno para los contrarios…siempre.


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Los boletos falsos

Las cercanías del estadio permanecen de pie como si estuvieran formando una barrera que se abrirá para permitir el disparo rival. Una barrera de cinco jugadores en lugar de una pared o un muro. Y el disparo pasa hasta tocar las redes. El barrio respira fútbol. Es lo que le hace vivir y también morir. Es tanto así. Tanto lo destruido como lo construido en las barreras que se levantan. Es tanto el espasmo en espera del siguiente golpe como la tranquilidad luego del combate. Aún se pelea en Matute, aún se lucha en todo el Perú.
El barrio bulle de vida desde temprano. Bulle de una vida que es transferida desde otros distritos. Transferida a la mala y sin tal vez haberla pedido, tal como las transfusiones en los hospitales del Estado. Vive hoy para morir mañana. Los revendedores llegan antes o se hacen notar antes que los demás. Ofrecen con descaro su mercancía. No sonríen. El peruano desconfía del vendedor feliz. Reniega con él. Un hombre acaba de abrir su mano con algunos billetes y antes de entregar el dinero por el boleto, mira al “reveca” una vez más…no sonrías…no sonrías que aquí no hay foto, solo los taimados zorros sonríen, no seas uno de ellos, aunque lo seas.

Las casas en las cercanías reciben a los recién llegados con la mueca disconforme de los que han vivido esto antes. Los reciben con el fastidio de saber que los revendedores y vendedores son solo la primera tribu de todos los clanes futboleros que llegarán hoy a sus esquinas. Simpatizantes, hinchas, barristas, pandilleros y delincuentes. Lo mejor y lo peor. El fútbol no hace distingos. La policía también llega luego. Como iba diciendo, lo mejor y lo peor.

Los inquilinos y dueños de las casas desde ventanas y azoteas mascan la impotencia de ver todo su barrio convertido en paso de ejércitos que no son el suyo. De ver una guerra que no es la suya. Claro que son hinchas, pero hasta allí nomás. Nunca desearon vivir en la Luna y mostrarse en paisajes lunares; nunca buscaron que sus casas fueran destruidas por el proyectil lanzado desde la calle, por el graffiti y la mano de pintura que nadie quiso. Apellidos enteros y muchas historias que contar lucen esas paredes, pero todas ellas imposibles de ser leídas por los garabatos que las cubren.

Ninguno de los vecinos se esfuerza en limpiar las calles llenas de polvo y restos. Ni uno solo echa el balde y saca la escoba vieja para barrer. Es inútil hacerlo con tanta manada y jauría suelta en los alrededores. Las estampidas y la calma pueden llegar en cualquier momento y pueden irse en el siguiente instante. Ocurre así cuando el control de una masa se hace con la irresponsabilidad de la benemérita.
Nadie respeta a la policía y ella no respeta a nadie. Todos los que están aquí, en los alrededores del estadio, odian al verde. Incluso cuando sonríen, inspiran el odio de la persona común, de los dueños de las casas y de los demás vecinos. Y ellos continúan en aquello, como si con ellos no fuera. Como si trataran de venderte algo que no deseas comprar.
A la policía se le respeta. Y eso es solo una mentira en la sonrisa del revendedor de verde. Y aquí nadie les dice que no sonrían. Aquí nadie les da recomendaciones. Porque aquí nadie los respeta, ni les compra esos boletos falsos.


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viernes, 23 de diciembre de 2011

La previa

Una anotación para mi persona…nunca planees una previa. Nunca planees una previa con casi una semana de anticipación. Nunca, nunca lo hagas bajo los efectos del alcohol. No en medio de una celebración, no luego de haber ganado al clásico rival. De haber ido a su casa y haberse hecho con sus botellas ya separadas.
Nunca prometas en medio de una copa que se llena y una copa que ganarás, lo que has de hacer antes del partido. A veces es tanta la felicidad que la espuma actúa más generosa que la neblina de Lima y hace ver las hazañas más grandes de lo que son. Y es por eso que cuando el sábado llega, no cuentas con casa donde tomar, botellas que abrir o amigos a quien putear o agradecer. Ningún amigo que desde el martes confirmaba la asistencia y persistencia de su estancia en el evento, se presenta. Fracaso total…vámonos a chupar, pero ya no se puede, que mañana es el partido.
El sábado se diluye entonces oliendo a alcohol, sabiendo a alcohol, pero no para ti. El día más esperado de la semana se convierte en la noche más desesperada de todas. Nada ocurre a tu alrededor, ni tampoco a veinte kilómetros de distancia. No existe celebración lo suficientemente bulliciosa para despertarte de ese desgano y desear que sea domingo y te puedas desquitar en la cancha.

La previa será entonces pospuesta y deberás encontrarte en un restaurante lo suficientemente anónimo para poder recriminar con nombre propio el fracaso del día anterior. El mismo menú de tantas otras veces. El mismo menú en una ciudad distinta más de una década después. Ese que si volteáramos la esquina de las hojas de Circunvalación y Canadá en el restaurante arequipeño nos encontraríamos con la calle San Francisco de la Ciudad Blanca.
Los mismos protagonistas (muchos otros faltantes), los mismos protagonistas esperando aquel clásico del verano del 98. Casi una veintena de jóvenes en ese calor tan arequipeño listos a comerse el mundo y claro algunos chicharrones, para luego enrumbar a la casa del Loco Jaramillo y unirnos para marchar hacia el Mariano Melgar. La previa de este partido tan importante tiene historias que se enraízan quince años antes y aún más, las primeras chupetas en la ciudad para ver al campeón y luego terminar en el 2009 cerca al Monumental en el distrito de San Luis.

Las previas, las mejores de ellas, surgieron de un impulso espontaneo de nuestros amigos. Como una respiración que se dio naturalmente y nunca debió ser forzada. Una llamada apenas unas horas antes del partido bastaba en los primeros años 90. Un silbido en medio da la calle para saber que llegábamos al parque San Francisco antes de que lo llenaran de rejas, luego la llegada de la parca que derramaba el líquido preparado sobre el jardín del parque y el jardín que se moría o se convertía en mala yerba como nosotros. Era la señal para ponerse de pie y empezar la caminata, nuevas mezclas se hacían en el camino, las botellas de gaseosa que no tenían más gaseosa se iban entregando generosamente entre personas que se empezaban a conocer y que quince años después en una ciudad distinta siguen pasándose el trago en botellas de coca y siguen yendo al estadio para saciar una sed que con previas o sin previas sigue siendo inmensa gracias a la “U”.
Solo queda una anotación para mí mismo en el próximo campeonato, hazla simple, nada con excesiva anticipación, pues llegado el día importante, los amigos siempre están y la crema siempre está. Hazla simple entonces.


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El grande y el chico

Tan solo necesitaban de un triunfo en el Monumental para posponer el campeonato. Llevar todo a un tercer partido. Tan solo necesitaban de un gol antes y un gol después. Una actuación descollante de Montaño. Una vuelta de tuerca a una tuerca ya robada.
Y necesitaban de mucho, pues nunca el solo estuvo tan acompañado, tan lleno de circunstancias y seguros sin llave para no abrirse, ni darse.
El equipo de alianza funde motor en Matute. No durante el partido, sino después. Funde el motor al no encontrar respuestas en el camarín. Nadie podía motivar a Costas, el discurso se había acabado. Cuando el camarín es un entierro, se hace necesario sacar al muerto afuera. En alianza se encerraron con aquel durante la semana, le preguntaron cosas, cenaron juntos y se fueron a dormir pensando en él.

Al Monumental ese equipo fue muerto. Ni siquiera su hinchada confiaba en ellos; millares de boletos habían sido devueltos. Centenares eran negociados por sus hinchas con la hinchada rival. Ellos eran los revendedores, ellos le ponían precio a su pasión. Vendían su sentimiento como si estuvieran en los burdeles de Estambul, como si fueran hinchas del Milán negociando sus entradas cual papeles en blanco; los ingleses del Liverpool probaron la catadura de los lombardos a orillas del Bósforo. Y se asquearon de ellos. Tuvieron a Constantinopla al alcance de la mano en el primer tiempo y más bien se quedaron presos para siempre en las cárceles de Estambul. Rehenes de esos tristes penales, de esas cinco prisiones luego de ir ganando por 3 a 0. Los italianos del rico norte pecaron de avaros ese año. Los aliancistas de sur pecan de incrédulos, de desconfiados cualquier año. Ni el buen Jesucristo habría tenido un chance con ellos, ni la presencia de su redentor les habría convencido de una mejor suerte. Es que era diciembre y no octubre. El único mes donde se les da por creer para las cámaras, para el teatro de la prensa.

El Monumental casi era Topkapi con sus dos trofeos. Uno equivalía a un imperio. El otro conformaría prontamente a los blanquiazules. Les conformaría desde el primer momento que lo vieron. Lo irían a reclamar sin vergüenza, para fundirlo o para ponerlo de cabeza, ¿quién sabe?, pero lo fueron a reclamar. Sub-campeones. Vergüenza total. Como el pato que alimentan para que sea solo paté, alianza era una pasada de hígado sobre un pan demasiado duro en su dureza y demasiado podrido en sus blanduras. Segundos.

Tan solo necesitaban de un triunfo en el estadio del enemigo. Alistarse, entrar al campo y jugar. A muchos se les pide tomar las cosas en serio y no andar en jueguitos. A los de alianza les pedían menos, les pedían que jueguen, que jueguen bien. No lo lograron. Tenían a un equipo al frente y cualquier cosa que hayan planeado para contrarrestar esa circunstancia, no les resultó en ningún momento. La “U” respondía con un juego en conjunto que era suficiente para volver al tímido en miedoso y a aquel en cobarde.
Universitario de Deportes fue el dueño de la cancha y ya no solo del estadio. Cualquier otro cuadro que se presentara sería visita. Los blanquiazules fueron menos que una visita en este campo, menos que meros polizontes a punto de ser echado en puerto. Tanta superioridad de la “U” hacia su rival fue abusiva al final del día. Abusiva y excesiva.
Universitario de Deportes es un cuadro que revela una verdad clara, pero que no da el entendimiento al mediocre para que la comprenda. Entendimiento que le vendría bien a quienes perdieron los cuatro partidos que disputaron contra el equipo crema.
Esta escuadra les ganó de principio a fin, les ganó en buena lid y sería justo aceptarlo. Porque para ganar en el Monumental se necesitaban muchas cosas que le sobraban a la “U” y le faltaban a los de rayas. No es tan simple jugar contra un equipo unido y hasta a veces es harto complicado forzar siquiera un empate.
Universitario, cohesionado como estaba, se encontraba acompañado de su gente y para ganarle a tal compañía se necesitaba de por lo menos un ejército, de un buen ejército. No bastaba solo con ser un equipo.
Los ejércitos no juegan al fútbol, no lo hacen, aún no licencian a millares de hombres para quedarse con solo once camisetas. Hasta que no se presenten en contienda otros rivales, les queda a los vencidos, tragarse su bilis, tragarse todo el grano que se les da para inflarlos en las portadas.
Al Campeón Nacional se le debe respeto, porque sin respeto, solo eres un chico malcriado. Un chico que nunca llegará a comportarse como grande.

- ¡Habla, baixinho blanquiazul!


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Madrugar para un sueño

No he dormido nada. Nada. Estoy despierto como si la madrugada me debiera algo y tuviera que esperarla a que me lo entregue. Una, dos horas, la madrugada de Lima no entrega nada, ni devuelve nada, ni siquiera un simple sueño.
Sí, cierro los ojos e imagino, cierro los ojos y comienza una película, pero no quiero estropear el final con todas las estrellas mirándome desde el cielo. Cierro los ojos y deseo dormir, que aparezcan las ovejas para contarlas, que aparezcan siquiera los rivales para contarlos, no habrá muchos en el estadio, nunca hubo muchos.
Soy un lobo hambriento, no tengo ovejas a esta hora, no tengo sueño que entregar a mis cansados pensamientos.
Miro las estrellas y en este justo instante las estrellas son desperfectos siendo soldados, todo luce en mantenimiento cuando es de noche. Dios arregla el viejo cielo, el viejo cielo que se cae a pedazos sin que nadie se dé cuenta, más que yo y todos aquellos que tampoco duermen, porque el clásico está husmeando desde hace rato en nuestras cabezas.

“Una carezza in un pugno”, Celentano canta y canta, pero esta vez nadie lo acompaña, ni siquiera el cansancio. Apago el equipo y el italiano calla, él tal vez si pueda descansar ahora por los que no llegamos a dormir.
Bajo a prender la computadora entonces, a chequear noticias pasadas y futuras, todo depende de quién esté durmiendo. Toñito no juega en la final. Un caramba montado sobre un carajo y de vuelta al caramba. Hay que mantener la calma, aún tenemos a Torres y sobre todo a Torres.
Lanzan la primera bolsa desde afuera y el pan llega. Pronto deberé prepararme el desayuno.

Lima amanece a etas horas con un terrible sueño que no puede conciliar. El desvelo de una ciudad que aún no apaga las luces artificiales, que aún no apaga las esperanzas de los hombres que quisieron tanto y que en este momento ni siquiera pueden dormir. Yo soy uno de ellos, tengo la ropa lista desde ayer, limpia toda ella, pero arrugada de tanto ir y tocarla. Yo soy uno de ellos que siempre con un rezo listo, no se le da por rezar. Ese persignarme y mirar al cielo antes de comenzar el partido es una cábala, solo eso, una cábala en el mismo lugar de la religión.

Es feriado y es casi un martes. El casi porque son las 6 am. El casi porque es un día de clásico. Porque hay fútbol, porque hay alegría. Tomo mi desayuno, pero sigo siendo el mismo lobo hambriento, que nunca va a entender por qué carajo utilizamos los mismos cubiertos para las distintas comidas que nos presentan. Hoy hay un menú maravilloso, pero sigo siendo tan solo un hombre que no tiene más que cinco sentidos sumados a la mala para ayudarle a entender. Tan solo cinco, me digo en el kiosko, deseando tener una mayor comprensión y habilidad para poder capturar todo este cúmulo de sensaciones que llegan.
Un clásico, un clásico de definición en Matute. Tierra enemiga, tierra prometida. Me siento como un israelita en la última noche de los amorreos. Es tanto el peligro, pero también tanta la recompensa. Estamos en la víspera de algo maravilloso que se siente en el ambiente. Matute está lejos, pero no lo suficiente para no llegar allí antes de que acabe el día. No lo suficiente para que no hayan múltiples rutas de combi que nos trasladen hasta sus puertas. Matute está a tiro de piedra. Mejor aún, está al alcance de mi mano para cogerla completa como si fuera un racimo de uvas.
No he podido dormir aún y ya sueño las posibilidades infinitas que se presentan. Todas ellas empiezan aquí en mi cabeza, con simples sumas para comenzar de nuevo. Clásico, clásico de definición en Matute, tierra enemiga, tierra prometida. Dios, las posibilidades son maravillosas y tan solo soy un lobo hambriento ante el gran menú de la vida. Prendo el equipo de música mientras me preparo para asearme…Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota suenan. ¡Maldición, va a ser un día hermoso!*

*Canción de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota


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miércoles, 21 de diciembre de 2011

El billete ganador

Mis dos entradas van del bolsillo a la palma de la mano y de allí al bolsillo nuevamente. Son iguales en tamaño y forma, son distintas en el resto. Tribuna Norte dice la de Matute. Tribuna Norte a secas. 25 soles por el asiento 203 en la fila 14. ¿Asiento en Tribuna Norte?, el clásico comienza en este papel de batalla, en esa pequeña declaratoria de guerra.
Me voy con la infantería, con el soldado de a pie a nuestro querido bastión, no ha habido levas en el camino, la gente que va a Matute, va feliz y por propia voluntad. Sacan sus boletos como si tuvieran el billete ganador de lotería y lo tienen, lo tienen, no lo dudo, y por eso aquel con mucho cuidado va de la mano al bolsillo nuevamente, el ritual del ganador de un premio ha comenzado.

Este pequeño ticket es la felicidad completa. Y seguirá siendo la felicidad completa aun cuando con cada minuto se arrugue un poco más, aun cuando quede más pequeño de lo que ya es, un trozo menos al momento de ingresar al estadio, un trozo menos para poder cambiarlo por el todo final.
De su lisa corteza no queda nada, ha sido doblada por el sudor de la mano en el trayecto.
Playoff 2009, el precio jura decir 25 soles, tú solo sabes lo que he pagado por tenerte a tiempo y ahora que el precio cae nuevamente, una media sonrisa se dibuja en el cielo, la mano negra del mercado les dobla la mano a todos los “revecas”, el negocio lentamente se escurre de entre los dedos.
Pero volvamos nuevamente al dichoso boleto, a su declaratoria de guerra, a sus mentiras escritas por parte del enemigo. Volvamos a leer en ese trozo nuestro nombre pequeño en comparación a su ridícula tinta derramada, volvamos a leer nuestro nombre incompleto, nuestro nombre que será vengado dentro de poco por la hinchada y sus jugadores.

El clásico comienza a ganarse en la tribuna, sorprendiendo a los de enfrente que creían mucho en las mentiras de la prensa que les hizo los boletos y los titulares de la semana. El sancochado mental de ellos se les aclara en un instante, no son más el actor principal, no son más locales, la imprenta les ha mentido de nuevo, el papel soportaba todo y todo son la lluvia de papeles picados con que se recibe al campeón desde la Tribuna Norte. Universitario de Deportes y no Universitario sale a la cancha. Universitario de Deportes.

-Mucho gusto, como si aún no me conocieras.-

No importa, a veces las victimas prefieren no conocer el nombre de su victimario. El boleto es guardado en el bolsillo hasta el final, la “U” va al medio del campo y su gente le canta…un grande. La cancha hace pequeños a otros, pero no a este cuadro. Universitario de Deportes no entra en los cálculos de nadie nunca. El cuadro crema una vez más arranca el papel de la obra y rompe el boleto.

13 de Diciembre del 2009, el ticket que sobrevive en mis manos es la primera prueba del abrazo luego del gol y del campeonato. Maltratado y feliz, el pequeño boleto es sinónimo de felicidades más grandes. De felicidades que doblan y dan la vuelta, que hacen cordillera y cañón en lo que antes era liso, que hacen geografía sobre el papel común. El boleto doblado se acerca a si mismo, se abraza a si mismo en ciertas partes. A falta de mi mano, se da la propia mano también. La “U” gana el campeonato nacional, y el ticket que se guarda junto al otro de Matute luce sus cicatrices y heridas que solo deben ser entendidas desde la felicidad de un hincha, de un hincha adulto que termina celebrando como un chico en el Lolo de Breña, que termina celebrando el Campeonato Nacional y la nueva juventud gracias a las aguas de lo ya bebido.
Desde hoy y desde mi borrachera, certifico que Ponce de León es el apellido más común del Perú y de la Tierra.


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martes, 20 de diciembre de 2011

La final y el fin de todo

- La gente de la “U” está ingresando sin presentar DNI. –

Ese era el primer rumor que surgía al mediodía, el primer rumor desde el lado contrario. Simpatizantes blanquiazules moviendo la cabeza en franco desconcierto, mientras los dirigentes grones se apresuraban en llamar a los encargados de las puertas que daban paso a Norte. Una o dos averiguaciones, gritos de por medio…y siempre el mismo reclamo…

- ¿Por qué no piden DNI a las “gallinas”? -

El silencio primero y luego la explicación, su explicación. – A algunos los tasamos de clásicos pasados y los dejamos pasar…pero solo a unos cuantos (la minoría)…al resto los demoramos en una sola cola.
La bulla primero y luego la explicación, nuestra explicación. - ¿Por qué sin DNI?
Porque aunque les cueste decirlo, nos reconocen a todos, a cada uno de nosotros.
Porque tenemos una identidad que respetamos y no cambiamos con el pasar de los años, no se nos puede pedir identificación entonces, no la necesitamos.
Los dirigentes cagones no volverían a llamar a sus empleados en la puerta, al menos así quisiera creerlo.

La “U” con el pasar de los años ha cimentado una forma de ser tan igual a su primera concepción que debe sorprender a los extraños, a los que empiezan sus primeras averiguaciones desde los libros y las hojas.
¿Qué es esto de la garra?, ¿qué es esto de preferir el obraje sobre el arte?, ¿qué significa este golpe de puño sobre la mesa, interrumpiendo el concierto amistoso de 1924?
La “U” irrumpe en escena ese año para imponer una forma de entender el fútbol distinta a la generalidad. Universitario no es el primo hermano de Brasil, el primo pobre y menos talentoso. No, la “U” entiende desde temprano que ese estilo y esa forma de jugar no iba con ellos, que esa forma de ser nunca podría llenar de veras un corazón.

Universitario lleva sus pilchas y se instala al frente de todos los demás, la Federación Universitaria es el primer antagonista y rival del resto. Por ende también es el primer héroe de la calle. Lo demuestra en su primer clásico, lo demuestra en el último. La “U” no necesita DNI pues tiene identidad, me repite un compañero de ruta. La “U” no cambia y no debe de cambiar. Universitario no está a mitad de camino de nada. No está yendo del “jogo bonito” al “corazón”. Sus hinchas no le piden un gol de chalaca en el último minuto. Los cremas tienen claro lo que son, lo tienen claro desde que comienza su partido en el año 24.

Y es que su identidad siempre entra en escena. Aunque le sea difícil cruzar la puerta. Aunque por falta de algún jugador talentoso deba de buscar una ventana abierta para ingresar. Pero ese es Universitario, el viejo y querido Universitario de Deportes que siempre se hace presente en el campo rival. Esa identidad tan marcada hace que lo reconozcan cuando se muda de Breña para Ate. Universitario se muda, pero nunca cambia. Siempre la misma piel, con idéntico color a ambos lados.
La “U” es el puma que pone la garra al final de la avenida Javier Prado, es también el león y no la cebra de rayas blanquiazules. Aquella cebra que está a mitad de camino entre caballo y el remedo de una cosa. Universitario al final del callejón se comerá a la cebra nuevamente, se comerá a su presa, porque se repite y se ha de repetir siempre, porque para alcanzar la eternidad, uno debe convencerse primero en ser.

La “U” en las afueras de Matute no necesita de DNI y de partida de nacimiento para ingresar, no necesita de nada para demostrar quién es y qué arriesga.
Su estilo de jugar, su responsabilidad al encarar, aún su forma de caer cuando debe de caer, son dictados por una identidad. Una sola.
Universitario es fruto del hombre que quiso ser siempre hombre, nunca Dios. Que quiso ganar sus batallas solo. Nunca con ayuda divina. Nunca con uniformes cambiados cada año o cada mes de octubre. Universitario no se encomienda a los dioses en octubre, piensa más bien en el fin y en el final de todo. Su cabeza se concentra en diciembre, solo en diciembre.


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lunes, 19 de diciembre de 2011

La garra voltea el partido

La garra no ocupa asiento de pasajero. No se sienta en la parte de atrás.
La garra no busca la comodidad de la que necesita el talento. No se aplasta hasta que la despierten. Hasta que le pasen la voz con cariño. No, la garra necesita del timón chocando contra su estómago y piernas. Necesita del timón inmenso de camionero para continuar. La garra si maneja algo, maneja un camión. Maneja y sabe que va a llegar a su destino, a tiempo y en su tiempo. Con austeridad, pero con autoridad. Con la autoridad de cargar un millón de huevos, pollos, gallos y gallinas consigo. Con la autoridad de quien coincide con su destino.

La garra pulveriza la propia piedra donde se asienta. Una vez que aquella deja el cuerpo del jugador, lo que queda de este son escombros. Es por eso que el tiempo de su uso no puede ser repentino o emocional, sino latente. Debe durar y debe ser continuo. Como el reloj de una bomba que se niega a explotar aún. El corazón es una bomba que se niega a explotar aún.
La garra pulveriza por dentro la urna que lo contiene. El hombre puede ser duro, pero su cáscara no deja de ser delgada nunca, no deja de ser posible su derrota cuando la garra lo deja. Ese es el peligro de no mantener una misma actitud. De tener un off y un on. De cambiar de camisetas. De cambiar la camiseta de la “U” por cualquier otra.

La “U” es un equipo obrero. Un obrero horneado con la misma temperatura que el ladrillo que cuece. Un club que prefirió el ladrillo al mármol. El fondo a la fachada. Universitario sobrevive a la garra porque es su mejor encarnación. Porque aún no se atreve a dejarla. Los años han visto distintos rostros adueñarse del mismo gesto en la “U”. El gesto que forma marca, pero no arruga. La garra no envejece en Universitario porque se transmite al que continúa, al que llega. Las palabras y las actitudes que se complementan para hacer su trabajo. Ambos tienen las moléculas pequeñas y traspasan los poros del testigo. La osmosis es un proceso lento. Un proceso lento si se quiere. En Universitario logran separar el agua de un océano, de su sal, de toda su sal.

La práctica, el vestuario y el partido. A diferencia de la teoría y práctica que definen muchas actividades en la vida, el fútbol tiene el vestuario que es el lugar intermedio, un casi limbo. Un lugar en la tierra donde las leyes se detienen un rato para hacer pasar al hombre. El hombre con luz verde. Parte catacumba y parte aula, el vestuario concibe y derriba mitos entre las antorchas que lo alumbran. Parte catacumba y parte aula, el vestuario no te enseña a oír misa, sino a ser solo más cristiano, musulmán, ateo o lo que quieras ser. Es un puñado de hombres con una misma creencia, contra todo el mundo externo. La garra de la “U” también se transmite allí. Avanza y se queda y vuelve a avanzar.
Un proceso lento, de miles y millones de años que despega en las cuerdas de Héctor y llega al entendimiento de Cuéllar. Un gato de mil años y mil vidas.
Las enseñanzas continúan cayendo de la roca, formando más roca. Como en Luray. Como en Virginia, donde al vestuario vestido de garra le salen colmillos del techo.
La “U” sale al campo de juego con necesidad de imponer su identidad. Universitario no engaña a nadie. Lo que te ofrece, te lo da. Este fin de semana perdía y termina ganándole al clásico rival con garra. Voltea el partido. Y pensar que todo estaba allí en el menú del día, en el menú de todos los días. La letra coincide con la firma en Universitario. Como se comienza, se termina. Solo para comenzar otra vez y otra…


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domingo, 18 de diciembre de 2011

El punto final

No fue un partido común en la vida de Solano. No lo fue antes, ni lo es ahora. Pues antes no se le señaló una ruta parecida; ni aquel demoró lo mismo en concluirla.

Los instantes duran nada, pero suelen demorarse en suceder. Se demoran una vida, a veces solo un día, y otros, noventa minutos o menos, que ni nos damos cuenta. A veces también duran lo que dura una ruta alterna en ser cubierta.
No fue un partido común en el trajinar de Solano. No fue la misma receta de siempre hecha por el médico para ser leída al paciente de crema. No fue cualquier palabra la que se debió de leer. No fueron puntos comunes los que se buscaban en el partido, sino tres puntos sustanciales para dar sentido a un campeonato.
En esa receta nadie podía entender como un jugador que hasta ayer no lograba terminar los partidos, pudiera quedarse hasta el final. Nadie podía entender que jugara todo el clásico, pues se esperaba el canje común, el cambio luego de tanto tiempo sin brillo.
No se esperaba el instante de genialidad, repetido dos veces. No se esperaba la ida y vuelta de un jugador. La ruta completa que dura un poco más de noventa minutos en cubrirse.

La “U” volteaba un match de adentro hacia afuera, lo daba vuelta desde el centro de la fiesta que se vivía en la tribuna, lo liberaba con el grito que reemplazaba al canto por un instante completo.
Universitario triunfaba en dos párrafos. Era suficiente. Solano no había escrito ninguna letra o palabra en el primer tiempo que fuera de vital importancia. Porque ese pase de huacha a Labarthe tenía los signos de otro idioma, de otra lengua que el delantero no podía entender. Ñol se tenía que reinventar, y hacer la simple para un cuadro que le cuesta entender las frases geniales. Un cuadro que le cuesta comprender su propio idioma.
Solano tenía que dejar las palabras, para poner los puntos que todos los idiomas utilizan, esos puntos finales que sirven de tanto para encapsular un instante; por ejemplo, un instante de noventa minutos.

Y entonces hizo lo que se le pedía. Acabar los párrafos, terminarlos con dos tiros excepcionales. Nunca dos pelotas en el Monumental se parecieron tanto a dos puntos de tinta. Nunca dos puntos acabaron con la discusión en la torre de Babilonia. Nunca la “U” y alianza concordaron en tanto, concordaron en que esas dos pelotas eran el final.

La pelota detenida a un costado para un mundo que continúa girando, esa es la responsabilidad de los ejecutores de tiro libre. La atención fija a un mundo que está en movimiento. Solano no falló en esa responsabilidad. Juntó al inerte con el vivo y le dio más vida a ambos. Juntó en esa área solo suya, a dos figuras casi redondas: a una pelota y a una cabeza, y las hizo llegar adonde debían de llegar.
Universitario de Deportes daba vuelta a un marcador y a una frustración con dos pelotas centradas desde la experiencia y ya no desde la vejez, tal como habían destacado los diarios en semanas y meses pasados. La “U” no trajo a ningún salvador o villano, trajo a alguien que te lee los partidos de corrido y puede ponerte las cosas en su sitio; es decir, colocarte los puntos finales.

Solano es el titular que se vende en la primera página de un diario de 50 céntimos. El tipo de crónica que implica crisis y redención. El tipo de noticia que redime al jugador y también al periodista. Ya sea cuando al jugador se le hace difícil acabar un match o cuando aquel mismo concluye la función con genialidades como las del partido con Inti Gas y deja servido al escritor para que no ponga mucho y solo adjunte como ahora, una pequeñez a la historia y después de eso claro, el punto final.

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sábado, 17 de diciembre de 2011

La luna en la tierra

Se sabe muy poco de la luna aquí en la tierra. Retazos. Se sabe que el hombre llegó allí hace cuarenta años y que se olvidó con el tiempo de hablar de ello. Como una conquista, que aunque difícil anhelo, se tornó en algo común y fácil una vez que el hombre puso sus manos en ella, sus pies sobre ella.
Se sabe muy poco de la luna aquí en la tierra. Vistazos. Se sabe que el sábado pasado toda una hinchada caminó sobre ella, recorriendo su lado oculto, navegando en sus mares sin mares, zambulléndose debajo de su ciencia para tocar y también para mancharse con su polvo lunar.

Lo que fue hace miles de años, anhelo, y hace solo cuarenta, una aventura de pocos, de muy pocos, de tres hombres entre muy pocos, se convirtió en paso obligado para una nación que se prodigó y se nutrió en sus campos desiertos de comida, mas no de alimento.
El sábado se pudo sobrevivir sin aire, se pudo vivir sin aquel en el momento de caminar sobre las fases de la luna. El balón que pateó Solano en dos oportunidades fue luna nueva, menguante, creciente y llena. La pelota que introdujo en el área enemiga como una oblea, como una ostia para un nuevo evangelio, permitió a miles en la cancha caminar sin oxígeno y sin gravedad sobre la superficie de algo nuevo.
Hace cuarenta años el hombre llegó a la luna, el sábado pasado, miles en una cancha vivieron en la luna y fueron felices teniendo verdadera conciencia de ello.
El sábado la luna sufrió cambios, dejó las vestimentas de siempre…la fotografía vieja, la superficie de plata, el blanco con negro y empezó a tener más colores. Por primera vez, el ojo humano la vio de manera distinta, la sintió orbitando con una nueva paleta, en una nueva tela.

“…La hinchada apretada en las graderías hasta el punto de ser átomos de un mismo cuerpo, hasta el punto de pasar del estado gaseoso al líquido y luego al sólido, hasta el punto de estar sanos y luego ebrios y luego sanos otra vez. Los átomos unidos no en un punto, sino en un abrazo. La física de los cuerpos que traspasaron las mismas leyes de la física para ser más cuerpos, para estar aquí y allá. Para estar celebrando en dos estadios de la vida. Para cantar en el Monumental y caminar sobre la luna. Recorrerla con los ojos abiertos y cerrados. La hinchada que había cantado y creído durante todo el partido y que ya no podía creer tanta felicidad junta, como si toda ella fuera barata, gratis. Dispuesta a ser llevada en sacos. La felicidad en sacos de cincuenta kilos y un hincha dispuesto a herniarse la espalda cargando miles de ellos. Solo para que se cayeran en las graderías y el cayera también con ellos, en esa avalancha inmensa que bajaba desde la tribuna y luego subía como la marea del mar del norte. En ese momento del coma vertical que ascendía y ascendía hasta tocar a la luna como si fuera una campana del juego de martillo, hasta tocar al único satélite dispuesto a soportar la felicidad de ser tan humanos y ser tan hinchas de su humanidad, la “U” entendía a su gente y la sentía. En esos dos momentos (en ese gran momento), el significado de ser locales daba una vez más para encender un cigarro luego del amor, daba para encenderlo aunque no lo fumaras y no fumaras, daba para encenderlo y dejarlo donde quisieras, pues una gran faena se había cumplido en el campo de juego…”

Todos habían contribuido para llegar a la luna, pero esta vez no solo fueron tres en órbita y cientos de teóricos en la tierra. Esta vez fueron miles de locos que llegaron al Monumental para caminar sobre la luna, sobre sus fases, para sentir esa sensación de ser libres y descubrir lo que hasta hace cuarenta años era privilegio de pocos, de muy pocos. Este sábado gracias a un club de fútbol, miles vivieron esa experiencia y la agradecerán por siempre.


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viernes, 16 de diciembre de 2011

El infinito

La “U” es un estado permanente. Un siempre estar. Un estado permanente que no requiere sólo de un momento o dos para ser atendido y controlado. Es por eso que no es una obsesión o una adicción.
En mi caso el amor que le tuve y tengo nunca fue aumentando como una dependencia en el tiempo. Ese amor siempre se mantuvo inalterable. Siempre infinito. Siempre ocupando el mismo volumen, inundando las mismas dimensiones y jugando con otros espacios en el patio de atrás.
El fervor de esas cuatro dimensiones o de cualquier otra no ha cambiado, sólo ha variado el orden de nombrarlas. Ya no escribo en esos cuadernos y libros el Y Dale “U” de niño, pero se me ocurrió hacer una o dos banderas a su debido tiempo; cuando el amor me lo pidió.
A veces pequé de egoísta cuando falté al trabajo o al estudio para ir a ver a la crema. Claro, siempre pensando en mí. Siempre siendo yo el que le hacía caso a esa permanente fiebre sin pasar la voz a los médicos y demás.
Sí, he pecado por seguirte. Y con violencia, lo confieso. Pero también acabé alguna vez en darle para la entrada a aquel desconocido que estando al frente de las puertas, solo necesitaba del empujón grosero de otro hincha como él.
Ya no te lloró como antes y ya no duermo sobre ese llanto de niño y adolescente. Hoy me quedo despierto toda una noche cuando pierdes. Y ya nunca más duermo.
¿Alguien quiere medir aquellas dos fuerzas?, ¿saber si sufro más o menos?, no lo sabrán, pues el infinito carece de medidas; pero sé y ustedes también, que este se mantiene inalterable en el tiempo cuando el sentimiento es verdadero. Y así sin lágrimas te digo que te quiero. Nunca pienses menos de mí por ese detalle. Piensa sólo en esta sonrisa cuando te digo que te quiero. Piensa en esta sonrisa inalterable.


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