domingo, 11 de marzo de 2012

Cantares de gesta en el Nacional

La tonada con que se le canta a la “U”, tendría que ser la misma de siempre. Y en el Nacional llega a ser la misma de siempre. Igual tal vez, a la de casi un milenio atrás. La misma que cantaron los primeros juglares y que entonó también el juglar original.
La misma tonada con la que se cantó la primera gesta importante. Porque casi siempre el canto de la hinchada es el presagio de lo que ya se sabe o se sospecha. Casi siempre es lo que ha de ocurrir en escena. Lo que el jugador de la “U” ha de representar en el escenario. Y la hinchada realiza estos presagios sin notarlos aún. Allí radica la pureza de su acto.

La hinchada de la “U” le canta a una tradición que prorrumpe en sus venas. Cuando el bombo manda el “Vamos cremas vamos”, es porque han visto el acto heroico repetirse en el futuro. Más que un deseo, entonan como hados lo que ha de suceder.
El hincha de la “U” entona todos los fines de semana cantares de gesta. Sus gestas.
Los de al frente, solo se dignan a creerse más que nosotros, y a gritar sus oles cuando falta tanto para que todo acabe. Berrean cuando solo les separa un gol. Berrean ingenuos el ole como las ovejas que son:

¡Oleeee! ¡Beeeee! ¡Beeee!

La “U” es distinta. Su gente es distinta. Su hinchada se dedica a cantar y a cantar, siguiendo la tradición heredada tantos años atrás. Llaman a aquello que vendrá y aparecerá. Invocan a aquello a lo que le podrás llamar como te dé la gana.
Porque ya sabes, a partir de ahora puedes llamarlo como te dé la gana. Porque sucede. Simplemente sucede. No falta. No escasea. Y encima, tiende a repetirse en el tiempo. Sí, se repite. Se repite como si nada. La garra se repite.

Puede ser que el ponerse esta camiseta tenga que ver con ello. Esa camiseta crema y no otra. Aquella camiseta permite que las cosas sucedan. Que las reacciones se den. Que esa variable que suma, sume de nuevo. Una magnitud a la cual tenemos que reunir de alguna forma. Explicarla de alguna forma. Traducirla en ese sudor que no seca, pero que ya va quemando. Como si fuera combustible. ¡Y qué combustible! Tal vez el suficiente de aquel para echar a andar un país. Tu país.

El viejo en la tribuna de oriente lo sabe así. Sí, ese viejo señor que está ya hecho un músculo agarrotado, que no se deshincha. Que no sabe deshincharse y solo sabe ser hincha. Más hincha. Y grita. Y canta. Enfurecido, pero canta.
Como si su voz proviniera desde el fondo del lecho de un río costeño en verano. Con las piedras sonando y chocando, haciéndose añicos. Esa es su voz en el canto. Enfurecida. Pura. Rompiendo el cerco de miradas de gente sorprendida a su alrededor. Y pasando al otro lado. Caminado un trecho lunar y volviendo de allí. Y canta. Sobre todo canta. No sabe bien la canción, pero necesita cantarla. Hoy necesita cantarla. Porque el alma se le sale por la boca. Y ya es demasiada la humanidad que tiene encima. Lo siguiente sería llorar ante tanta humanidad. Ante el ejemplo del viejo, que canta a su equipo, a su Club. A ese gran amor que le tiene. Y que va chocando entre tanta gente.

Y entonces que llega el gol del empate. Un ir encima del rival. Un no dejarse vencer. Un pase de Rainer Torres hacia el recién ingresado y debutante Chirinos. Y Chirinos que se saca a su marcador y de media vuelta vence el arco contrario.
¿El viejo dónde está? Y el viejo de tribuna oriente que ya no está. Ahora estamos todos nosotros gritando, abrazando, insultando y alabando nuestra suerte. Sacando tanta humanidad encima.
Y el viejo que ya no está allí. Que se ha bajado por las gradas gritando. Gritando. Amando a la “U” y teniendo solo una vida para demostrarlo. Una vida. Y aprovechándola. Aprovechándola con todo. Estrujando su camiseta y llorando como un niño por lo que acaba de ver. Por lo que hemos visto todos. Por esta garra que se niega a ir. A pesar de todo. A pesar de los dirigentes. Cerrando los ojos y viéndolo todo. Todo. Y cantando también. He aquí entonces, el dueño de su mundo. He aquí, un hincha de la “U”.


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