lunes, 26 de diciembre de 2011

El quipu

En los años de escasez de la antigua URSS (que los fueron todos), la gente de Moscú se reunía en las veredas de la ciudad sin ningún aviso de por medio. Bastaba con que una sola persona se estacionara a la entrada del almacén para que de a pocos cientos de moscovitas la siguieran. Muchas veces las babushkas que eran mayoría en esas largas colas ignoraban por completo lo que se expendía en los almacenes. Muchas veces, aquellas se quedaban en la fila a pesar de saber que lo ofertado no les era necesario. La escasez en la antigua URSS era tan grande que aún lo innecesario se convertía en artículo de valor. De un valor inmenso si conocías las reglas del juego y jugabas en él.

La cola en separadora industrial sabía ser enorme. Tal vez inmensa. Una fila que permitía llegar a un país mejor. No por medio de subirse a un avión e irse, sino de seguir, de seguir a estos cientos y miles delante de ti. La cola en este caso era el medio de transporte hacia la felicidad. Lima por fin tenía su metro, por fin inauguraba sin coimas su tren eléctrico. Los hinchas a diferencia de las matronas rusas conocían lo que se les ofrecía en esta cola. Sabían que aquí tenían todos los productos de pan llevar en un mismo sitio; nada de caminar a la siguiente fila, nada de preguntar que se podía comprar.
En la cola de entrada sabían que al entrar al estadio se alimentarían por meses como la gigantesca boa que en conjunto ya eran. Esa hilera nunca se permitiría ser menos que una procesión caminando en fila india, siempre yendo hacia adelante, siempre lista a dar el siguiente paso.

Para la una de la tarde, la cola parecía ya una cuerda trenzada. Una cuerda con miles de nudos que cual quipu gigante intentaba plasmar un número. El número con que los Incas concebían el infinito y tal vez a Dios. El número con que se le gana siempre al rival.
La enorme cola como un quipu antiguo era imposible de ser comprendida con exactitud. La siguiente cabeza negra o canosa, o inclusive calva, representaría un momento en el número que no debía ser entendido como la primera cifra; la persona es una sola pero transmite números que podrían ser miles. Miles de cabezas trenzadas lo suficiente para unir el sentimiento al entendimiento más frío. Miles de nudos urdidos sin necesidad de debilitar y romper el resto de la cuerda. La gente avanzaba con todos sus nudos y la cuerda no cedía, ni se rompía. El estadio estaba más cerca.

Una sola cola hasta prolongación Javier Prado, y de allí en más, una división para Oriente y Norte. Así llegaban las noticias de adelante, noticias demasiado frescas y casi al instante, como conducidas por alambres de cobre.
Desde atrás arribaba el bullicio descontrolado de una hinchada fervorosa. El bullicio del cascabel de una serpiente que se escucha y al comienzo no se puede ver. Pero luego se ve. Y se ve bien. El ómnibus de la “U” llegando de atrás, de muy atrás, de cientos de metros atrás acompañado por un mar de gente sorprendida y conmovida. La preocupación de antes, disipada como los bichos que se deben matar a dos manos, la preocupación espantada mientras se aplaude y se convierte en felicidad repentina.
Hay noticias también de allá arriba, del espacio exterior. La muralla china no se puede ver desde nuestra Luna. Es un mito. Pero lo que se siente en su lugar, lo siente cualquiera que observe desde fuera el meridión y Ate para ser más precisos. No es mito ese sentimiento, es la “U” que avanza entre aguas…entre su gente.
Y esa misma noticia llega demasiado pronto al estadio. Llega como conducida por el cobre, conducida tal vez por una bendita raza de cobre, conductora de su pasión dos veces, conductora de su electricidad y de su garra. Al fin de cuentas, La “U” es la luz de su gente.

Corrección: La “U” es el fuego de su gente y el infierno para los contrarios…siempre.


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