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lunes, 16 de abril de 2012

Faltó Poco

En el tiempo que me toque vivir quiero poder recordar el partido que acabo de ver. Quiero poder recordar ese ir en el auto por la avenida Arequipa. Ese bajarse a unas cuantas cuadras del Estadio Nacional, porque la aglomeración es demasiada para seguir en la pista. Pareciera que toda Lima acudiera a verte. Amigos que son compañía y enemigos que son “anti”, mucho antes que ser “pro” algo. Dejemos también que los segundos recuerden el partido y que tengan memoria de cómo lo terminaron.

En ese tiempo que me toque vivir, quiero poder sentir esa sensación que se tiene cuando te vas acercando al Nacional. Esa reacción primaria en las piernas, que dudan entre solo sostenerte o empezar a correr por su cuenta hasta las hileras de gente.
Quiero poseer esa sensación de contar con distintas tallas mientras se camina. Grande, pequeño y gigante. Las piernas parecen elásticos o fideos que se estiran y encogen porque no solo soportan todo el peso de tu cuerpo, sino también, todo el peso de tu corazón.

Todo lo antiguo cambia. Eso dicen. Pero detrás de ese maquillaje puesto al Nacional, aquel sigue conservando su alma crema. Detrás de todos esos fierros nuevos, esas tribunas siguen soportando un hogar. Un hogar donde nosotros somos los jefes y donde también llevamos el alimento a la mesa.
El clásico a diferencia de otros partidos se basa en el diálogo más que en la narración. Nadie puede contarte aquel partido con entera fidelidad, porque al hacerlo solo se separaría una pequeña parte de toda la carne que allí se cuece. Pero lo intentamos.
Son diálogos también, porque los actores en las tribunas van respondiendo y contestando al contrario, según la anterior línea propuesta por aquel.
Hay rivalidad suficiente en este partido, como para hacer que el absurdo campeonato peruano tenga sentido. Tenga todo el mejor sentido. Minimizar este enfrentamiento, es mostrarse como un perfecto ignorante del fútbol. En cualquier nivel. Porque esto es fútbol. Esto es verdadero.

Los contrarios comienzan mejor el duelo en la cancha. Mientras ellos abren el campo de juego con sus ataques, nosotros nos vamos asentando un poco mejor con el correr de los minutos.
Este día somos un motor que empieza frio. Pero que nunca se detiene. Sino que va calentando y llevando de a pocos, el peligro al arco de enfrente.
El mejor en la cancha es Rainer Torres, que multiplicado en su ir y venir, corrige errores de sus compañeros, y a los mismos camaradas, los comienza a reunir alrededor suyo.
El gol contrario los encuentra con el suficiente engranaje para devolver el golpe. Con fallas, errores y defectos a cuestas, el joven equipo de Universitario de Deportes avanza en el primer tiempo y luego, en la segunda mitad, contra la defensa desesperada que el equipo rival intenta.
Tal vez este sea el equipo más joven que la “U” alguna vez haya presentado en un clásico. Pero esa juventud valiente es la que sofoca al de enfrente en su lado del terreno.
El contrario tuvo dominio en la primera mitad, la “U” tuvo mucho más que dominio en la segunda. Al rival lo ahoga sin misericordia en su propia área.

Tener al enemigo contra las cuerdas y no poderle ganar. Tener a alguien acorralado, bien sujeto y rematado, y aún así, perder el partido. El fútbol no es como el box. Es el gol lo único que importa. Ganar por puntos no es una opción posible. No existen los jueces de fuera que te den la victoria de esa manera.
Todos ven que el rival está hecho puré y rendido, pero nadie puntúa ello. Nadie nos da puntos porque aquel esté a nuestra merced y pidiendo la hora. Nadie.
Un equipo joven de Universitario de Deportes que te permite soñar con lo querible, más que con lo posible. Le pones un techo muy alto a su juventud. Pero luego te das cuenta que el contrario es verdaderamente nada. Y entonces tienes que aguantarte esos sueños, y pedir trabajo al entrenador, y más trabajo.

No podemos quedarnos con la anécdota del penal no cobrado a Ximenes. Y los “offsides” en contra nuestra, que sí se cobran. Tenemos que ir más allá. Debemos ganar estos partidos a pesar del arbitraje, porque muchas veces lo hemos hecho así. Entonces si se ha hecho antes, es posible lograrlo de nuevo y realizarlo siempre.
La guerra no termina con esto. Esto ha sido una batalla nomás. Ya vendrá el match de vuelta, y el equipo habrá cuajado lo suficiente para que aquel partido a venir sea verdaderamente una revancha.
¡Qué pongan al mismo juez de línea en occidente! y ¡Qué intente robarnos otro penal!
Igual, con todo y su juez asistente, los guerreamos en la vuelta.


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domingo, 11 de marzo de 2012

Cantares de gesta en el Nacional

La tonada con que se le canta a la “U”, tendría que ser la misma de siempre. Y en el Nacional llega a ser la misma de siempre. Igual tal vez, a la de casi un milenio atrás. La misma que cantaron los primeros juglares y que entonó también el juglar original.
La misma tonada con la que se cantó la primera gesta importante. Porque casi siempre el canto de la hinchada es el presagio de lo que ya se sabe o se sospecha. Casi siempre es lo que ha de ocurrir en escena. Lo que el jugador de la “U” ha de representar en el escenario. Y la hinchada realiza estos presagios sin notarlos aún. Allí radica la pureza de su acto.

La hinchada de la “U” le canta a una tradición que prorrumpe en sus venas. Cuando el bombo manda el “Vamos cremas vamos”, es porque han visto el acto heroico repetirse en el futuro. Más que un deseo, entonan como hados lo que ha de suceder.
El hincha de la “U” entona todos los fines de semana cantares de gesta. Sus gestas.
Los de al frente, solo se dignan a creerse más que nosotros, y a gritar sus oles cuando falta tanto para que todo acabe. Berrean cuando solo les separa un gol. Berrean ingenuos el ole como las ovejas que son:

¡Oleeee! ¡Beeeee! ¡Beeee!

La “U” es distinta. Su gente es distinta. Su hinchada se dedica a cantar y a cantar, siguiendo la tradición heredada tantos años atrás. Llaman a aquello que vendrá y aparecerá. Invocan a aquello a lo que le podrás llamar como te dé la gana.
Porque ya sabes, a partir de ahora puedes llamarlo como te dé la gana. Porque sucede. Simplemente sucede. No falta. No escasea. Y encima, tiende a repetirse en el tiempo. Sí, se repite. Se repite como si nada. La garra se repite.

Puede ser que el ponerse esta camiseta tenga que ver con ello. Esa camiseta crema y no otra. Aquella camiseta permite que las cosas sucedan. Que las reacciones se den. Que esa variable que suma, sume de nuevo. Una magnitud a la cual tenemos que reunir de alguna forma. Explicarla de alguna forma. Traducirla en ese sudor que no seca, pero que ya va quemando. Como si fuera combustible. ¡Y qué combustible! Tal vez el suficiente de aquel para echar a andar un país. Tu país.

El viejo en la tribuna de oriente lo sabe así. Sí, ese viejo señor que está ya hecho un músculo agarrotado, que no se deshincha. Que no sabe deshincharse y solo sabe ser hincha. Más hincha. Y grita. Y canta. Enfurecido, pero canta.
Como si su voz proviniera desde el fondo del lecho de un río costeño en verano. Con las piedras sonando y chocando, haciéndose añicos. Esa es su voz en el canto. Enfurecida. Pura. Rompiendo el cerco de miradas de gente sorprendida a su alrededor. Y pasando al otro lado. Caminado un trecho lunar y volviendo de allí. Y canta. Sobre todo canta. No sabe bien la canción, pero necesita cantarla. Hoy necesita cantarla. Porque el alma se le sale por la boca. Y ya es demasiada la humanidad que tiene encima. Lo siguiente sería llorar ante tanta humanidad. Ante el ejemplo del viejo, que canta a su equipo, a su Club. A ese gran amor que le tiene. Y que va chocando entre tanta gente.

Y entonces que llega el gol del empate. Un ir encima del rival. Un no dejarse vencer. Un pase de Rainer Torres hacia el recién ingresado y debutante Chirinos. Y Chirinos que se saca a su marcador y de media vuelta vence el arco contrario.
¿El viejo dónde está? Y el viejo de tribuna oriente que ya no está. Ahora estamos todos nosotros gritando, abrazando, insultando y alabando nuestra suerte. Sacando tanta humanidad encima.
Y el viejo que ya no está allí. Que se ha bajado por las gradas gritando. Gritando. Amando a la “U” y teniendo solo una vida para demostrarlo. Una vida. Y aprovechándola. Aprovechándola con todo. Estrujando su camiseta y llorando como un niño por lo que acaba de ver. Por lo que hemos visto todos. Por esta garra que se niega a ir. A pesar de todo. A pesar de los dirigentes. Cerrando los ojos y viéndolo todo. Todo. Y cantando también. He aquí entonces, el dueño de su mundo. He aquí, un hincha de la “U”.


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