jueves, 2 de agosto de 2012

Gol de la "U"

El gol es una palabra simple y compleja. Simple de decir y complicada de escribir. Simple de escribir y tan complicada de decir. El gol en su momento más inspirado podría ser una canción. Y la es. Una canción donde nos cantan y nos cantamos. Donde se nos permite ser desorejados. Corrijo, donde se nos exige ser desorejados. 
El gol es una frase larguísima. O casi una frase larguísima hecha de una sola sílaba. Que se grita y se grita. O que simplemente se pronuncia bien. Ustedes elijan. 
Es también la palabra de mayor extensión y duración, porque cuando es pronunciada no se le conoce término. No un justo término. 

Con la celebración del gol vamos más atrás que las sociedades orales; regresamos al grito, a la caverna. El gol no es un plato que se sirva frío, sino que es todo el alimento que falta. Todo ese alimento que se engulle y se engulle crudo. Que nos regocija en su crudeza. Que nos empacha en ella porque podría ser la última vez. El gritar un tanto nos devuelve a la fealdad. A las caras largas y larguísimas. A las caras deformadas por el clamor. Y sin embargo nunca ha habido tanta belleza colectiva. Nunca un solo abrazo ha sido tan repartido y compartido. Troceado para que alcance a todos. A esto quería llegar Jesús en sus enseñanzas. El Jesús de las cavernas y de la felicidad. 

El gritar un gol es insuflar vida. Es crear en el aire uno y dos latidos. Echar a andar en el éter un músculo que le permita repetirse. Al gritar un tanto no hacemos burbujas en el aire; fabricamos espuma, rabia, locura, si quieren caos, creamos sobre todo hambre y también la saciamos. Todo Dios se ahoga para poder darnos el soplo de vida y eso es lo que todos nosotros hacemos cuando el balón cruza la línea. Creamos vida. Y nos ahogamos en el intento y su logro. 

El balón que cruza la línea derrumba imperios y hace surgir cordilleras. Nos permite echar una mirada al centro de la tierra. Nos permite ser tan pequeños para luego ser tan grandes. Nos empuja a expandirnos más deprisa que el universo. A hacemos permeables y aumentar nuestra temperatura sin una causa definida, pero si justa. 
De algún lugar conseguimos el combustible necesario para encendernos sin desaparecer. De alguna manera acabamos con todo el aire de nuestro alrededor sin morir. Y no muere nuestra llama. Con la celebración de gol gritamos en un momento y en un momento más poco falta para separarnos del cuerpo. ¿Quién sabe? Pues no sentimos nuestros pies cuando la gente se derrumba alrededor nuestro. Cuando se crean el caos y el desorden mientras la gente cae y se ve arrastrada. Una postal volteada. Un hermoso infierno. Allí entre los aullidos, el tiempo se detiene y la materia se separa. El hincha que estaba al costado de la tribuna, se levanta renglones más abajo contento, feliz. Lleno de polvo, como si fuera el primer borrón de una felicidad que ya tiende a ser más feliz, a ser absoluta. 
El gol es lo más absoluto del universo. La medida exacta. El infinito hallado. Algo de sal, en un inmenso galeón de azúcar. Es decir, una lágrima de felicidad que fluye y fluye. 

El gol es una sola sílaba que iguala y diferencia a tantas historias que se deben de contar. Allí, en la voz del hombre común, del hincha de la “U”, el gol y su celebración se expanden más deprisa que el universo.
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