viernes, 23 de diciembre de 2011

El grande y el chico

Tan solo necesitaban de un triunfo en el Monumental para posponer el campeonato. Llevar todo a un tercer partido. Tan solo necesitaban de un gol antes y un gol después. Una actuación descollante de Montaño. Una vuelta de tuerca a una tuerca ya robada.
Y necesitaban de mucho, pues nunca el solo estuvo tan acompañado, tan lleno de circunstancias y seguros sin llave para no abrirse, ni darse.
El equipo de alianza funde motor en Matute. No durante el partido, sino después. Funde el motor al no encontrar respuestas en el camarín. Nadie podía motivar a Costas, el discurso se había acabado. Cuando el camarín es un entierro, se hace necesario sacar al muerto afuera. En alianza se encerraron con aquel durante la semana, le preguntaron cosas, cenaron juntos y se fueron a dormir pensando en él.

Al Monumental ese equipo fue muerto. Ni siquiera su hinchada confiaba en ellos; millares de boletos habían sido devueltos. Centenares eran negociados por sus hinchas con la hinchada rival. Ellos eran los revendedores, ellos le ponían precio a su pasión. Vendían su sentimiento como si estuvieran en los burdeles de Estambul, como si fueran hinchas del Milán negociando sus entradas cual papeles en blanco; los ingleses del Liverpool probaron la catadura de los lombardos a orillas del Bósforo. Y se asquearon de ellos. Tuvieron a Constantinopla al alcance de la mano en el primer tiempo y más bien se quedaron presos para siempre en las cárceles de Estambul. Rehenes de esos tristes penales, de esas cinco prisiones luego de ir ganando por 3 a 0. Los italianos del rico norte pecaron de avaros ese año. Los aliancistas de sur pecan de incrédulos, de desconfiados cualquier año. Ni el buen Jesucristo habría tenido un chance con ellos, ni la presencia de su redentor les habría convencido de una mejor suerte. Es que era diciembre y no octubre. El único mes donde se les da por creer para las cámaras, para el teatro de la prensa.

El Monumental casi era Topkapi con sus dos trofeos. Uno equivalía a un imperio. El otro conformaría prontamente a los blanquiazules. Les conformaría desde el primer momento que lo vieron. Lo irían a reclamar sin vergüenza, para fundirlo o para ponerlo de cabeza, ¿quién sabe?, pero lo fueron a reclamar. Sub-campeones. Vergüenza total. Como el pato que alimentan para que sea solo paté, alianza era una pasada de hígado sobre un pan demasiado duro en su dureza y demasiado podrido en sus blanduras. Segundos.

Tan solo necesitaban de un triunfo en el estadio del enemigo. Alistarse, entrar al campo y jugar. A muchos se les pide tomar las cosas en serio y no andar en jueguitos. A los de alianza les pedían menos, les pedían que jueguen, que jueguen bien. No lo lograron. Tenían a un equipo al frente y cualquier cosa que hayan planeado para contrarrestar esa circunstancia, no les resultó en ningún momento. La “U” respondía con un juego en conjunto que era suficiente para volver al tímido en miedoso y a aquel en cobarde.
Universitario de Deportes fue el dueño de la cancha y ya no solo del estadio. Cualquier otro cuadro que se presentara sería visita. Los blanquiazules fueron menos que una visita en este campo, menos que meros polizontes a punto de ser echado en puerto. Tanta superioridad de la “U” hacia su rival fue abusiva al final del día. Abusiva y excesiva.
Universitario de Deportes es un cuadro que revela una verdad clara, pero que no da el entendimiento al mediocre para que la comprenda. Entendimiento que le vendría bien a quienes perdieron los cuatro partidos que disputaron contra el equipo crema.
Esta escuadra les ganó de principio a fin, les ganó en buena lid y sería justo aceptarlo. Porque para ganar en el Monumental se necesitaban muchas cosas que le sobraban a la “U” y le faltaban a los de rayas. No es tan simple jugar contra un equipo unido y hasta a veces es harto complicado forzar siquiera un empate.
Universitario, cohesionado como estaba, se encontraba acompañado de su gente y para ganarle a tal compañía se necesitaba de por lo menos un ejército, de un buen ejército. No bastaba solo con ser un equipo.
Los ejércitos no juegan al fútbol, no lo hacen, aún no licencian a millares de hombres para quedarse con solo once camisetas. Hasta que no se presenten en contienda otros rivales, les queda a los vencidos, tragarse su bilis, tragarse todo el grano que se les da para inflarlos en las portadas.
Al Campeón Nacional se le debe respeto, porque sin respeto, solo eres un chico malcriado. Un chico que nunca llegará a comportarse como grande.

- ¡Habla, baixinho blanquiazul!


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