lunes, 4 de julio de 2011

"U" en Sullana ( 31 de Agosto del 2008)

No debemos esperar a que la gente se vaya, para empezar a escribir. No debemos esperar a que el balón se detenga, para hacer rodar nuestro propio balón.
No, hay que apurarse, hay que hacer que todo este pueblo reunido y que se empieza a mover, intente distraernos y también concentrarnos. Para eso, debemos limpiarlos de sudor y mojarlos en tinta. Para eso, debemos lograr que nos manchen los dedos y que pinten sobre la hoja.
Debemos apurarnos en escribirlo todo, aún si nos dejamos robar una frase genial en medio del tumulto, aún si perdemos el lapicero y el papel en medio del área. Debemos apurarnos en Sullana, porque es posible que otro gol nos espere en nuestro minuto 98, en nuestro minuto adicional, tal como acaba de producirse en el campeones del 36.

Debemos apurarnos en medio de este fervor, porque la calma no puede introducirse en medio del cañaveral, es el viento el que lo hace. La calma no puede celebrar un gol en medio de esta gente, no puede dar un abrazo y menos dárselo a un desconocido. La calma no puede escribir lo que sucede aquí desde una mesa, pues se debe empezar en la tribuna. Y por eso no debemos permitir que la gente se vaya para empezar a escribir, debemos juntarnos con ella y tal vez también cantar con ella.
Hay que arriesgarse, arriesgarse siempre y no dejar que este horno inmenso se apague, no cuando está dando el mejor pan para todos, el pan que permite una mejor hambre, una mejor hambre para el partido siguiente.

Y tenemos hambre, tanta hambre ante esta pequeña cucharada de azúcar que se nos devuelve al final, ante esta pequeña alegría que pudo ser tan amarga si fueran por las circunstancias que aquejan a los justos casi siempre.
Porque el marcador de 1-0 era injusto y mentiroso, tan injusto que no pudo ser variado en sólo 90 minutos, que no pudo ser reiniciado con un golpe en el televisor o en el tablero de madera.
Tan injusto que no sólo se necesitó el aguante del equipo, sino de toda la tribuna para vencerlos luego de que tiraron la piedra y se fueron a esconder bajo el travesaño.
El marcador de 1-0 era tan injusto que se necesitó la última de las jugadas para decretar el empate, empate que devuelve algo de lo mucho que se entregó en esta cancha.
Fuimos los jornaleros por hoy día, otros en cambio casi fueron capataces. Fuimos los jornaleros que trabajaron todo el día cortando la caña, derrumbando su orgullo, abriendo los claros en esta enorme cancha, que parecía prolongarse por toda la costa peruana, fueron 90 minutos y algo más de entrega, 98 minutos de sacrificio, tal vez de toda una vida de caña cortada para la pequeña cucharada de azúcar que se nos devuelve al final, cucharada que necesitamos limpiar y guardar por ahora, porque se necesita avanzar mucho más en este campo inmenso para devolvernos al lugar que nos merecemos, aquel lugar que al fin y al cabo, también nos merece.



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