jueves, 21 de julio de 2011

Una confesión (Noviembre 2008)

Nunca podría ser un cura. Nunca podría escuchar una confesión completa. No tengo el estómago para asimilar el dolor de quien lo cuenta todo, de quien cuenta sus pecados tras la cortina, tras la rejilla de madera, aquella rejilla en la radio de transistores.
Nunca podría ser un cura. Y sin embargo escucho y asisto a esta confesión de noventa minutos en la radio de la casa. Escucho el 2-1 completito, con migajas y todo. Escucho el pecado, el arrepentimiento, y la oración que se suponen salvarán al pecador. Pero yo no puedo ya descansar, no puedo cerrar los ojos y abstraerme de lo que he escuchado.

Esta noche es un feo secreto, una fea confesión. Bolognesi se adelanta a cortar la luz en nuestra casa, se adelanta a cortar los circuitos que comunican a nuestros laterales con la volante y la delantera. Allí ponen a dos de sus hombres a crear interferencia e intentar un apagón. Así se hace más fácil una confesión, en plena oscuridad. Así se hace más fácil que nos ataquen y nos metan el primer gol.
Y llega, con los narradores celebrándolo como si de su grito dependiera sólo la felicidad y no la tristeza, como si con aquel grito no supieran aún lo que pueden ocasionar o marchitar, como si aún no supieran bien cual es su trabajo.

El gol de Bolognesi a pesar de ser sorpresivo, es gritado por el narrador no de manera sorpresiva, sino esperada. Es gritado para ahuyentar y atraer, pero yo lo escucho como una fea confesión. Como una fea confesión, porque la casa está sola y oscura, porque una sola radio vieja es la que me comunica con el mundo esta noche.
De aquí el desanimo, la poca paz; pero es la “U” la que juega y la que intenta por intermedio de jugadas aisladas, el empate.
Y es la “U” la que se aviva de parecer tan muerta, la que se acerca de parecer tan lejana…y el gol llega por intermedio de Neyra…1-1, la radio puede fallar, pero no el grito del tanto en el narrador, que esta vez es afectado, estudiado y falso; alguien quiere provocar la tristeza y si tiene los medios la ha de provocar sin duda.

Llega el descanso y también el hambre, que es distraída por unos cuantos panes. Se inicia el segundo tiempo y otra vez el hambre, que es distraída por unas cuantas jugadas de peligro. De allí, nada más.
Pareciera que jugarse el descenso diera un plus sobre jugarse el campeonato. Pareciera que el miedo a segunda nos empujara más fuerte, nos hiciera reaccionar más pronto que el deseo por jugar el play-off del título. Así parece y así siempre ha sido en el Perú.
Bolognesi en una rápida combinación nos anota el segundo y cierra el telón. Alguien grita el gol en una estación de radio, no es necesario ni siquiera que esté en el estadio, que esté en el confesionario; no, no es necesario. Sólo debe de sonar feliz, en lugar de afectado. Sólo debe de gritarlo de manera prolongada, una vez más.

Es sábado en la noche y continuamos haciendo cuentas para poder quedar entre los siete, cuentas para poder rezar un rosario. El partido ha terminado y el sábado también lo hará, alguien dejará de gritar el gol en contra nuestra y se terminará la confesión. No importa si el pecado lo cometió el equipo o el entrenador, es la confesión la que debe de terminar. Debe de terminar, porque existen seis finales y la “U” necesita recobrar la fe, la fe no en el arrepentimiento, sino en el mirar para adelante.
Hay que darlo todo, sea poco o mucho. Darlo todo, porque nunca habrá arrepentimiento o confesión en ello, nunca.


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