lunes, 26 de diciembre de 2011

El vuelo

Fernández camina hacia los tres palos de Matute y piensa que un arco de fútbol no es como los demás arcos. Que al fin de cuentas ese travesaño y dos horizontales hacen un marco y no un semicírculo. Que si se diera un marco como éste debajo de una estructura respetable aquella terminaría por ceder ante su propio peso. Que tal vez ese marco debiera necesitar siempre a un hombre debajo de él, dispuesto a cuidar de él, a reparar sus grietas, a seguir guardando sus medidas en relación de tres a uno. A pintar los palos de blanco también. Todo eso piensa Fernández cuando se pone debajo del simple marco que pareciera el costado de una casa por hacer, de una casa humilde a la que le falta la banderita peruana. De una casa que dice: ¡No nos vamos!

Fernández vuela entonces, porque la casa se la quieren bajar a pelotazos y es allí en plena estirada, que alcanza un balón y una pregunta que se le escapaba. ¿Qué es más importante a la hora de defender un arco?, ¿la matemática o la física?
Esas preguntas surgen cuando tienes el tiempo suficiente de volar y aterrizar sin daño. Fernández se mantiene tantos segundos en el aire que pareciera su propio piloto esperando la confirmación de alguien desde tierra. ¡Aterriza ya!, le dicen.
Y es en Matute donde pareciera levantarse siempre para defender su pequeño pedazo de tierra. Un piloto de la RAF volando sobre la isla verde. Con radar y todo. No necesita abrir los ojos, pero los abre. Otro ataque ha quedado conjurado. El cero se mantiene en su arco, que a fuerza de sus buenas actuaciones pareciera conmoverse y arquear un poco el travesaño. Como si fuera una ceja; una ceja justo antes de llorar o de sonreír.

El arquero cambia de lado sin cambiar de equipo. Fernández se dirige donde debería estar el enemigo, pero no encuentra a nadie y entonces retorna al aire nuevamente para despejar aquel balón que ya casi era alimento. Que ya había sido masticado, pero aún no fungía como comida. El hincha contrario se cebaba mostrando las costillas otra vez. Puro hueso y nada de tomar su sitio en la mesa. Fernández no se inmutaba ante los rivales que le hacían gestos con manos y rostros. No había sonidos. Casi, casi cantaban uno y otro gol perdido.
Pero, ¿acaso un casi no es lo mismo que un vice?, ¿no son lo mismo? Vicecampeón le llaman ahora. Triste.
De lejos, un jugador contrario parecía decirle que en cualquier momento se le oscurecía el cielo y tendría que dejar de volar. Una, dos nubes y ya no volaría más. El arquero sonreía tranquilo. Es cosa común ver a los porteros sonreír cuando los turistas lo interrumpen con una que otra impertinencia temeraria. Así tratan de distraer al cuidador que resguarda el arco famoso para tomarse una foto más. Los delanteros rivales son turistas para el arquero crema. Posando una y otra vez en las portadas de los diarios, pero solo para quedarse un rato bajo el arco de Tito y no bajo el arco de Raúl. Ambos son arcos del triunfo si somos repetitivos. Y solo uno, arco de campeonato, si somos rigurosos.

El fútbol es un juego maravilloso, lleno de verdades y contradicciones. El arco que no es semicircular y que haría fracasar cualquier estructura importante, es el más conocido de todos los arcos.
El campo de juego dividido en dos partes y en dos mitades de tiempo. Un enemigo defendiendo dos ciudades distintas sin cambiar de bando. Si hay fichas negras y blancas en el ajedrez, el jugador de fútbol sería plomo y lleno de distintos tonos de plomo. Una pieza llena de contradicción. Tal como el mundo real.
El juego del fútbol es maravilloso porque permite a diez viajeros, a diez nómades depender del hombre que se queda, del sedentario y agricultor que levanta su casa junto al área de cultivo para vivir. Es así que mientras observamos pasar e irse a muchos jugadores buenos en otros puestos, también observamos al portero quedarse un poco más, intentar ser más fiel y durar mejor en el equipo que lo acoge.
Como en la vida, el público está a favor de aquel que arriesga más y termina la carrera antes; pero no vemos mucho a ese que nos guarda las espaldas e intenta quedarse hasta su primera vejez en nuestra casa, ese que ya no espera siquiera que volvamos, sino que solo volteemos a mirarlo un rato. Solo un rato.
Fernández es joven, pero podría ser tu padre. Podría serlo, porque ese puesto es de gente adulta, de gente responsable, de gente que podría ir a la cárcel todos los fines de semana por ti y que terminan yendo para allá. Ese puesto es de gente que necesita parte del reconocimiento que se llevan los demás jugadores. Los aplausos en la cancha de Matute fueron un buen comienzo para Raúl y todos los demás arqueros, y un buen reconocimiento para todos nosotros como hinchada.


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