domingo, 18 de diciembre de 2011

El punto final

No fue un partido común en la vida de Solano. No lo fue antes, ni lo es ahora. Pues antes no se le señaló una ruta parecida; ni aquel demoró lo mismo en concluirla.

Los instantes duran nada, pero suelen demorarse en suceder. Se demoran una vida, a veces solo un día, y otros, noventa minutos o menos, que ni nos damos cuenta. A veces también duran lo que dura una ruta alterna en ser cubierta.
No fue un partido común en el trajinar de Solano. No fue la misma receta de siempre hecha por el médico para ser leída al paciente de crema. No fue cualquier palabra la que se debió de leer. No fueron puntos comunes los que se buscaban en el partido, sino tres puntos sustanciales para dar sentido a un campeonato.
En esa receta nadie podía entender como un jugador que hasta ayer no lograba terminar los partidos, pudiera quedarse hasta el final. Nadie podía entender que jugara todo el clásico, pues se esperaba el canje común, el cambio luego de tanto tiempo sin brillo.
No se esperaba el instante de genialidad, repetido dos veces. No se esperaba la ida y vuelta de un jugador. La ruta completa que dura un poco más de noventa minutos en cubrirse.

La “U” volteaba un match de adentro hacia afuera, lo daba vuelta desde el centro de la fiesta que se vivía en la tribuna, lo liberaba con el grito que reemplazaba al canto por un instante completo.
Universitario triunfaba en dos párrafos. Era suficiente. Solano no había escrito ninguna letra o palabra en el primer tiempo que fuera de vital importancia. Porque ese pase de huacha a Labarthe tenía los signos de otro idioma, de otra lengua que el delantero no podía entender. Ñol se tenía que reinventar, y hacer la simple para un cuadro que le cuesta entender las frases geniales. Un cuadro que le cuesta comprender su propio idioma.
Solano tenía que dejar las palabras, para poner los puntos que todos los idiomas utilizan, esos puntos finales que sirven de tanto para encapsular un instante; por ejemplo, un instante de noventa minutos.

Y entonces hizo lo que se le pedía. Acabar los párrafos, terminarlos con dos tiros excepcionales. Nunca dos pelotas en el Monumental se parecieron tanto a dos puntos de tinta. Nunca dos puntos acabaron con la discusión en la torre de Babilonia. Nunca la “U” y alianza concordaron en tanto, concordaron en que esas dos pelotas eran el final.

La pelota detenida a un costado para un mundo que continúa girando, esa es la responsabilidad de los ejecutores de tiro libre. La atención fija a un mundo que está en movimiento. Solano no falló en esa responsabilidad. Juntó al inerte con el vivo y le dio más vida a ambos. Juntó en esa área solo suya, a dos figuras casi redondas: a una pelota y a una cabeza, y las hizo llegar adonde debían de llegar.
Universitario de Deportes daba vuelta a un marcador y a una frustración con dos pelotas centradas desde la experiencia y ya no desde la vejez, tal como habían destacado los diarios en semanas y meses pasados. La “U” no trajo a ningún salvador o villano, trajo a alguien que te lee los partidos de corrido y puede ponerte las cosas en su sitio; es decir, colocarte los puntos finales.

Solano es el titular que se vende en la primera página de un diario de 50 céntimos. El tipo de crónica que implica crisis y redención. El tipo de noticia que redime al jugador y también al periodista. Ya sea cuando al jugador se le hace difícil acabar un match o cuando aquel mismo concluye la función con genialidades como las del partido con Inti Gas y deja servido al escritor para que no ponga mucho y solo adjunte como ahora, una pequeñez a la historia y después de eso claro, el punto final.

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