sábado, 17 de diciembre de 2011

La luna en la tierra

Se sabe muy poco de la luna aquí en la tierra. Retazos. Se sabe que el hombre llegó allí hace cuarenta años y que se olvidó con el tiempo de hablar de ello. Como una conquista, que aunque difícil anhelo, se tornó en algo común y fácil una vez que el hombre puso sus manos en ella, sus pies sobre ella.
Se sabe muy poco de la luna aquí en la tierra. Vistazos. Se sabe que el sábado pasado toda una hinchada caminó sobre ella, recorriendo su lado oculto, navegando en sus mares sin mares, zambulléndose debajo de su ciencia para tocar y también para mancharse con su polvo lunar.

Lo que fue hace miles de años, anhelo, y hace solo cuarenta, una aventura de pocos, de muy pocos, de tres hombres entre muy pocos, se convirtió en paso obligado para una nación que se prodigó y se nutrió en sus campos desiertos de comida, mas no de alimento.
El sábado se pudo sobrevivir sin aire, se pudo vivir sin aquel en el momento de caminar sobre las fases de la luna. El balón que pateó Solano en dos oportunidades fue luna nueva, menguante, creciente y llena. La pelota que introdujo en el área enemiga como una oblea, como una ostia para un nuevo evangelio, permitió a miles en la cancha caminar sin oxígeno y sin gravedad sobre la superficie de algo nuevo.
Hace cuarenta años el hombre llegó a la luna, el sábado pasado, miles en una cancha vivieron en la luna y fueron felices teniendo verdadera conciencia de ello.
El sábado la luna sufrió cambios, dejó las vestimentas de siempre…la fotografía vieja, la superficie de plata, el blanco con negro y empezó a tener más colores. Por primera vez, el ojo humano la vio de manera distinta, la sintió orbitando con una nueva paleta, en una nueva tela.

“…La hinchada apretada en las graderías hasta el punto de ser átomos de un mismo cuerpo, hasta el punto de pasar del estado gaseoso al líquido y luego al sólido, hasta el punto de estar sanos y luego ebrios y luego sanos otra vez. Los átomos unidos no en un punto, sino en un abrazo. La física de los cuerpos que traspasaron las mismas leyes de la física para ser más cuerpos, para estar aquí y allá. Para estar celebrando en dos estadios de la vida. Para cantar en el Monumental y caminar sobre la luna. Recorrerla con los ojos abiertos y cerrados. La hinchada que había cantado y creído durante todo el partido y que ya no podía creer tanta felicidad junta, como si toda ella fuera barata, gratis. Dispuesta a ser llevada en sacos. La felicidad en sacos de cincuenta kilos y un hincha dispuesto a herniarse la espalda cargando miles de ellos. Solo para que se cayeran en las graderías y el cayera también con ellos, en esa avalancha inmensa que bajaba desde la tribuna y luego subía como la marea del mar del norte. En ese momento del coma vertical que ascendía y ascendía hasta tocar a la luna como si fuera una campana del juego de martillo, hasta tocar al único satélite dispuesto a soportar la felicidad de ser tan humanos y ser tan hinchas de su humanidad, la “U” entendía a su gente y la sentía. En esos dos momentos (en ese gran momento), el significado de ser locales daba una vez más para encender un cigarro luego del amor, daba para encenderlo aunque no lo fumaras y no fumaras, daba para encenderlo y dejarlo donde quisieras, pues una gran faena se había cumplido en el campo de juego…”

Todos habían contribuido para llegar a la luna, pero esta vez no solo fueron tres en órbita y cientos de teóricos en la tierra. Esta vez fueron miles de locos que llegaron al Monumental para caminar sobre la luna, sobre sus fases, para sentir esa sensación de ser libres y descubrir lo que hasta hace cuarenta años era privilegio de pocos, de muy pocos. Este sábado gracias a un club de fútbol, miles vivieron esa experiencia y la agradecerán por siempre.


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