lunes, 26 de diciembre de 2011

Un buen romano

Cuando el capitán toma la pelota y arenga a sus compañeros, se hace responsable de sus actos devenidos y por devenir. Se hace responsable de él mismo y de todo el equipo.
Da un paso adelante para entrar a la cancha y da varios pasos al frente en su evolución. En el Monumental, Galván es mejor que cualquier guerrero. Allí en medio de amigos y enemigos, forma parte de un conjunto, cohesiona un plantel.
En el campo de Matute y en el mismo Monumental, el negro ya no es solo guerrero, es soldado. En los estadios donde se producen batallas ceremoniales y batallas verdaderas, Galván es romano. Un buen romano.
Al capitán de la “U” no le basta batirse en tierra con el contrario. También lo hace en el aire, para que Dios sea el verdadero juez de su esfuerzo y empeño. Gana la “U” gracias a actos generosos y desinteresados de sus jugadores. Gana, porque a pesar de la nariz rota y el espolón destrozado, el soldado vuelve a la grama con el primer hervor de su frente.
Un partido caliente necesita fiebre de galeras. Fiebre de hombres que sean libres, pero esclavos de su más primaria voluntad. La voluntad no solo es poderse parar, también es dar el paso hacia al frente e ir si cabe la redundancia, más al frente que el resto.

Luego del final de la liguilla, la “U” necesitaba recomponer sus filas. Hacerlas más impenetrables al enemigo. Ser como un bosque de noche. Pero no como cualquier bosque y no como cualquier noche. Para aquello debía recuperar a su capitán por completo, luego de su lesión.
“Heridas de guerra”, decía Galván, y era verdad; Universitario de Deportes estaba en guerra, porque una campaña de fútbol es eso, guerra.
La recuperación se dio en el campo verde de juego. Reyes cojos y mancos se han podido redimir en un campo de batalla y lograr el triunfo que la sociedad no les permitía en las ciudades. Así siempre ha sido en la historia. La historia que se ve y que driblea, es la misma historia chueca y torpe de los libros. Hombres que caminan el mundo tropezándose, son los mejores corredores sin darse cuenta. Eso te lo puede decir cualquiera y eso te lo podía decir Garrincha en su momento, claro, si le daba la quimba y la gana de hacerlo.
No solo bastan el esfuerzo y el corazón para mantenerte en el camino. Se necesita tener también una buena cabeza para obtener el triunfo. Un triunfo conseguido muchas veces sobre el talento. Galván que tiene experiencia de batallas puede testificar con sus heridas, que vencer a un hombre continente de cabeza y voluntad, por más hombre simple que sea, no es fácil siquiera para un Dios.

El Negro se recupera de su lesión con el único fin de enfrentar los dos clásicos. En el último de aquellos se vuelve a herir, esta vez en el rostro. No interrumpe su camino, más bien se apura en volver a aquel, en ingresar otra vez y en intentar cabecear de vuelta el balón.
Carlos Galván regresa con su defensa, no la piensa abandonar. No cuando falta tan poco. Y no cuando los soldados vuelven para vencer al contrario.
La defensa de la “U” espera en orden los ataques esporádicos del enemigo. Aquellos esfuerzos del rival que son desbaratados gracias a la voluntad de hombres reunidos para luchar por un más alto fin. El fin de los cremas consiste en nunca traicionar su historia y origen, no si el origen prueba ser bueno y es bueno y no si su historia merece ser repetida y enmarcada.
La “U” gana el campeonato gracias a soldados como Galván. El Negro es un soldado, identificado con todos sus compañeros, identificado con todos ellos y por ende mejor que cualquier guerrero. En el campo de batalla, Galván es soldado de la legión. Un ciudadano romano. Un buen romano.


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