lunes, 19 de diciembre de 2011

La garra voltea el partido

La garra no ocupa asiento de pasajero. No se sienta en la parte de atrás.
La garra no busca la comodidad de la que necesita el talento. No se aplasta hasta que la despierten. Hasta que le pasen la voz con cariño. No, la garra necesita del timón chocando contra su estómago y piernas. Necesita del timón inmenso de camionero para continuar. La garra si maneja algo, maneja un camión. Maneja y sabe que va a llegar a su destino, a tiempo y en su tiempo. Con austeridad, pero con autoridad. Con la autoridad de cargar un millón de huevos, pollos, gallos y gallinas consigo. Con la autoridad de quien coincide con su destino.

La garra pulveriza la propia piedra donde se asienta. Una vez que aquella deja el cuerpo del jugador, lo que queda de este son escombros. Es por eso que el tiempo de su uso no puede ser repentino o emocional, sino latente. Debe durar y debe ser continuo. Como el reloj de una bomba que se niega a explotar aún. El corazón es una bomba que se niega a explotar aún.
La garra pulveriza por dentro la urna que lo contiene. El hombre puede ser duro, pero su cáscara no deja de ser delgada nunca, no deja de ser posible su derrota cuando la garra lo deja. Ese es el peligro de no mantener una misma actitud. De tener un off y un on. De cambiar de camisetas. De cambiar la camiseta de la “U” por cualquier otra.

La “U” es un equipo obrero. Un obrero horneado con la misma temperatura que el ladrillo que cuece. Un club que prefirió el ladrillo al mármol. El fondo a la fachada. Universitario sobrevive a la garra porque es su mejor encarnación. Porque aún no se atreve a dejarla. Los años han visto distintos rostros adueñarse del mismo gesto en la “U”. El gesto que forma marca, pero no arruga. La garra no envejece en Universitario porque se transmite al que continúa, al que llega. Las palabras y las actitudes que se complementan para hacer su trabajo. Ambos tienen las moléculas pequeñas y traspasan los poros del testigo. La osmosis es un proceso lento. Un proceso lento si se quiere. En Universitario logran separar el agua de un océano, de su sal, de toda su sal.

La práctica, el vestuario y el partido. A diferencia de la teoría y práctica que definen muchas actividades en la vida, el fútbol tiene el vestuario que es el lugar intermedio, un casi limbo. Un lugar en la tierra donde las leyes se detienen un rato para hacer pasar al hombre. El hombre con luz verde. Parte catacumba y parte aula, el vestuario concibe y derriba mitos entre las antorchas que lo alumbran. Parte catacumba y parte aula, el vestuario no te enseña a oír misa, sino a ser solo más cristiano, musulmán, ateo o lo que quieras ser. Es un puñado de hombres con una misma creencia, contra todo el mundo externo. La garra de la “U” también se transmite allí. Avanza y se queda y vuelve a avanzar.
Un proceso lento, de miles y millones de años que despega en las cuerdas de Héctor y llega al entendimiento de Cuéllar. Un gato de mil años y mil vidas.
Las enseñanzas continúan cayendo de la roca, formando más roca. Como en Luray. Como en Virginia, donde al vestuario vestido de garra le salen colmillos del techo.
La “U” sale al campo de juego con necesidad de imponer su identidad. Universitario no engaña a nadie. Lo que te ofrece, te lo da. Este fin de semana perdía y termina ganándole al clásico rival con garra. Voltea el partido. Y pensar que todo estaba allí en el menú del día, en el menú de todos los días. La letra coincide con la firma en Universitario. Como se comienza, se termina. Solo para comenzar otra vez y otra…


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