viernes, 23 de diciembre de 2011

Madrugar para un sueño

No he dormido nada. Nada. Estoy despierto como si la madrugada me debiera algo y tuviera que esperarla a que me lo entregue. Una, dos horas, la madrugada de Lima no entrega nada, ni devuelve nada, ni siquiera un simple sueño.
Sí, cierro los ojos e imagino, cierro los ojos y comienza una película, pero no quiero estropear el final con todas las estrellas mirándome desde el cielo. Cierro los ojos y deseo dormir, que aparezcan las ovejas para contarlas, que aparezcan siquiera los rivales para contarlos, no habrá muchos en el estadio, nunca hubo muchos.
Soy un lobo hambriento, no tengo ovejas a esta hora, no tengo sueño que entregar a mis cansados pensamientos.
Miro las estrellas y en este justo instante las estrellas son desperfectos siendo soldados, todo luce en mantenimiento cuando es de noche. Dios arregla el viejo cielo, el viejo cielo que se cae a pedazos sin que nadie se dé cuenta, más que yo y todos aquellos que tampoco duermen, porque el clásico está husmeando desde hace rato en nuestras cabezas.

“Una carezza in un pugno”, Celentano canta y canta, pero esta vez nadie lo acompaña, ni siquiera el cansancio. Apago el equipo y el italiano calla, él tal vez si pueda descansar ahora por los que no llegamos a dormir.
Bajo a prender la computadora entonces, a chequear noticias pasadas y futuras, todo depende de quién esté durmiendo. Toñito no juega en la final. Un caramba montado sobre un carajo y de vuelta al caramba. Hay que mantener la calma, aún tenemos a Torres y sobre todo a Torres.
Lanzan la primera bolsa desde afuera y el pan llega. Pronto deberé prepararme el desayuno.

Lima amanece a etas horas con un terrible sueño que no puede conciliar. El desvelo de una ciudad que aún no apaga las luces artificiales, que aún no apaga las esperanzas de los hombres que quisieron tanto y que en este momento ni siquiera pueden dormir. Yo soy uno de ellos, tengo la ropa lista desde ayer, limpia toda ella, pero arrugada de tanto ir y tocarla. Yo soy uno de ellos que siempre con un rezo listo, no se le da por rezar. Ese persignarme y mirar al cielo antes de comenzar el partido es una cábala, solo eso, una cábala en el mismo lugar de la religión.

Es feriado y es casi un martes. El casi porque son las 6 am. El casi porque es un día de clásico. Porque hay fútbol, porque hay alegría. Tomo mi desayuno, pero sigo siendo el mismo lobo hambriento, que nunca va a entender por qué carajo utilizamos los mismos cubiertos para las distintas comidas que nos presentan. Hoy hay un menú maravilloso, pero sigo siendo tan solo un hombre que no tiene más que cinco sentidos sumados a la mala para ayudarle a entender. Tan solo cinco, me digo en el kiosko, deseando tener una mayor comprensión y habilidad para poder capturar todo este cúmulo de sensaciones que llegan.
Un clásico, un clásico de definición en Matute. Tierra enemiga, tierra prometida. Me siento como un israelita en la última noche de los amorreos. Es tanto el peligro, pero también tanta la recompensa. Estamos en la víspera de algo maravilloso que se siente en el ambiente. Matute está lejos, pero no lo suficiente para no llegar allí antes de que acabe el día. No lo suficiente para que no hayan múltiples rutas de combi que nos trasladen hasta sus puertas. Matute está a tiro de piedra. Mejor aún, está al alcance de mi mano para cogerla completa como si fuera un racimo de uvas.
No he podido dormir aún y ya sueño las posibilidades infinitas que se presentan. Todas ellas empiezan aquí en mi cabeza, con simples sumas para comenzar de nuevo. Clásico, clásico de definición en Matute, tierra enemiga, tierra prometida. Dios, las posibilidades son maravillosas y tan solo soy un lobo hambriento ante el gran menú de la vida. Prendo el equipo de música mientras me preparo para asearme…Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota suenan. ¡Maldición, va a ser un día hermoso!*

*Canción de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota


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